D. Díaz

Sin buscar las lágrimas, ‘El suplente’ se topa con ellas de lleno gracias a una narrativa sin tildes ni acentos, consciente del poder intrínseco en su tema

El suplente | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película El suplente | StyleFeelFree. SFF magazine

Hacer que el guion camine por sí solo es una virtud al alcance de pocos directores. Claro está que, si éste no posee una carga dramática, no hay nada que hacer, pero este no es el caso de El suplente. Si Diego Lerman hubiese cedido la dirección de su propio guion a otro, quizás estaríamos ante una denuncia social, o un drama desgarrador. Sin embargo, esto podría haber disipado esa esencia tan orgánica que emana la trama de por sí. Por este motivo, la dirección parece resultar mucho más contundente optando por una visión naturalista, sin tildes ni acentos dramáticos que nos perderían en detalles. Para llevar a cabo dicha tarea se requiere haber sintetizado previamente las claves más importantes del documento escrito. Y es que todos podemos escribir, pero solamente unos cuantos saben leer.

En líneas generales, el tema principal gira en torno al incierto futuro que le depara a la juventud de los barrios marginales en Buenos Aires. Concretamente, el epicentro de esta situación se desarrolla dentro de una clase en un instituto público. Un lugar que, debido a la turbulenta realidad social a la que los alumnos pertenecen, se percibe en la cinta como un refugio. Asimismo, la educación, en todos los sentidos de la palabra, juega un papel que, de alguna manera, sirve para cohesionar personas en pro de un bien común. En este caso, el intruso benefactor que viene a predicar con buena fe en tierra hostil no es otro que un profesor suplente. A modo de un Ransom Stoddard en El hombre que disparó a Liberty Balance, Lucio viene a poner tregua en un entorno sumergido en el crimen.

Al igual que la dirección, las actuaciones son sobrias durante la mayoría de las secuencias. Esto permite que, cuando llegan los fuegos artificiales, el contraste entre registros actorales sea explosivo. Más allá de un elenco principal sobresaliente, un montaje invisible permite mantener al espectador dentro de la pantalla y no fuera de ésta. Sí, se muestran favelas, pero no existen primeros planos de niños hambrientos. Asimismo, la obra se cuida de no caer en el sensacionalismo o en la crítica fácil. El drama está, la denuncia también, pero por encima de ambas resalta la intención de los personajes por hacer las cosas bien. Estamos ante una obra que no se echa a llorar por lo que en ella ocurre, sino que, asumiendo la desgracia, se quita el polvo para luchar contra ella. El suplente es una obra cargada de buena intención, buenas actuaciones y un sentido sólido y realista.
 

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