D. Díaz

Rosy McEwen interpreta en ‘Blue Jean’ a una mujer que, acosada por un entorno hostil, se ve obligada a ocultar su verdadera identidad para sobrevivir

Blue Jean | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Blue Jean | StyleFeelFree. SFF magazine

Thomas Hobbes, el filósofo inglés, considera que el hombre, hostil por naturaleza, necesita de la sociedad para reprimir sus instintos primarios. Esto es lo que, a día de hoy, se conoce como el contrato social. Bajo su visión, el statu quo funcionaría como un instrumento que restringe la libertad de los individuos a favor de garantizar su seguridad. Está claro que, desde hace tiempo, la sociedad inglesa ha temblado con tan solo contemplar la idea de dar rienda suelta a sus impulsos. Sobre todo, los que tienen que ver con la expresión sexual. Todo aquello que evoque desatar los deseos reprimidos es, según Hobbes, una amenaza común. En el caso de Blue Jean, el sujeto a demonizar es la comunidad LGBTIQ. Ambientada a finales de los ochenta, la obra relata las medidas que el gobierno de Margaret Thatcher adoptó para frenar el avance de los derechos gay.

Como representante de dicha comunidad, el guion propone a un protagonista que porta un conflicto con el que muchas personas podrían identificarse. Jean trabaja como profesora de educación física en un instituto. La caza de brujas a la que el gobierno está sometiendo a los de su colectivo la obliga a camuflarse para sobrevivir. Asimismo, la secuencia inicial muestra a Jean tiñéndose el pelo para alterar su aspecto. Esta es una acción que, en términos narrativos, sintetiza a la perfección la mimética naturaleza del personaje. Debido a la situación política, para Jean, mostrar su identidad sexual en el entorno laboral es sinónimo de despido inminente. La disparidad entre sus deseos y sus actos harán brotar en su interior una crisis de identidad que se agrava según avanza el metraje.

A través de fondos fuera de foco y voces difusas, tanto el diseño sonoro como la fotografía parecen coincidir en que Jean muestra síntomas de desrealización. Con esta propuesta formal –que recuerda bastante a Euphoria– la dirección pretende aislar al personaje de su entorno. Un entorno hostil, que ve al colectivo LGBTIQ como una amenaza para los valores morales de la época. Pero da igual cuánto avancemos o retrocedamos en el tiempo. Ya desde la época Victoriana, la sexualidad que desprendía el personaje de Drácula representaba todo aquello que tanto se había esforzado el puritanismo por contener. Poco sabía Bram Stoker lo fiel y acertado que el desenlace de la novela sería respecto a los acontecimientos históricos. Cuando el vampiro muere, su apetito se perpetúa a través de mil caras distintas, pero nunca muere del todo.
 

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