Rosana G. Alonso
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Si bien la novela homónima de la que parte ‘Las golondrinas de Kabul’ facilita las cosas, hay que reconocerles a Zabou Breitman y Eléa Gobbe-Mévellec su enorme labor en la recomposición de una narración que retorna original y de una delicadeza admirable

Las golondrinas de Kabul | StyleFeelFree
Imagen de Las golondrinas de Kabul | StyleFeelFree

Las golondrinas de Kabul, adaptación del bestseller homónimo escrito por Mohammed Moulessehoul bajo el seudónimo de Yasmina Khadra, se revela como un referente en la animación. No cabe duda de que la historia en la que se basa facilita las cosas. La prosa de la novela, en la tradición de Camus, tiene muchos mecanismos para seducir. Los personajes no son planos y el desarrollo de la acción es fascinante. Aunque esto aligera la escritura del guion, no deja de ser muy meritorio como Zabou Breitman y Eléa Gobbe-Mévellec —directoras de la película animada— se han compaginado para deleitarnos con un relato que en pantalla se torna ligero, emotivo y cautivador.

Con los trazos de una acuarela, Las golondrinas de Kabul comienza con una sugestiva escena en la que su protagonista escucha el tema Burka Blue de Buraka Band. Ya aquí empezamos a conectar con el personaje de Zunaira. Este inciso, como otros más que se insertan en la animación, coloreando la obra original, nos dan una pista de las intenciones de la cinta. Se advierte un sentido del ritmo enfatizado por un estilo de ilustración no invasivo, con unos trazos que tienden a desvanecerse conservando todo su realismo. Y al mismo tiempo, al animarse, siguiendo la tradición del 2D, el espacio tiende a sintetizarse. De esta manera, el guion cobra un protagonismo que envuelve por completo al espectador. Entonces surge la magia que muchas veces se pierde en las historias animadas, cuando la saturación de la imagen acaba por devorar todo a su paso.

Si bien la novela se sitúa en 2001, la película se desarrolla en el año 1998. Nuevamente, sus realizadoras lo utilizan para hacerle un guiño al espectador, con referencias que puede descodificar fácilmente. En este periodo, los talibanes fundamentalistas acaban de llegar al poder y en el relato asistimos al encuentro de dos jóvenes que sueñan con vivir su amor en libertad. En distinto punto de la ciudad de Kabul, otra pareja vive con desesperación su infortunio. Ella no ha podido darle hijos a su marido y ahora, enferma, agota sus últimos días, extenuada y abatida, ante la imposibilidad de complacerle. Los que hayan leído la novela ya conocen a los personajes. Sin embargo, tanto para ellos, como para los que no vislumbren los pormenores, el filme recompone con originalidad y delicadeza una narración preconcebida, que en sus intenciones, escabulle muchos de los problemas que atañen a la animación.

Si gran parte de la animación contemporánea se recrea en el exceso y se encalla en guiones que tienden a una mirada maniquea, Las golondrinas de Kabul se libera de todo esto. Con la creación de un lienzo diáfano que muestra una óptica adecuada, nos adentramos en un paraje de fábula hiperrealista que nos muestra distintas caras de la realidad, con sutileza y desafectación del propio drama. Apreciamos además en lo alegórico una clara intención de burlar el horror y traer un poco de esperanza a un mundo enloquecido por el fanatismo, que empieza a germinar también en Occidente, si reparamos en los detalles.

Por otra parte, cabe destacar que refleja muy bien los propósitos de este filme la idea de que la protagonista femenina se dibuje a sí misma desnuda, convirtiendo las paredes de su casa en un gran mural reivindicativo. Esta transgresión implica, por un lado, la libertad de hacer, en el espacio privado. Del mismo modo, el deseo de narrar la propia historia a través de una corporalidad liberada que se resignifica y empodera, precisamente, por la opresión que se ejerce sobre el cuerpo femenino. Las golondrinas de Kabul juega continuamente con la paradoja de la representación y la libertad de transfigurarla, rearticulando los mismos mecanismos de la acción impuesta, la que ejerce el opresor sobre la víctima. En este sentido, su desenlace final se dilucida con toda la belleza que permite la imagen animada, por medio de lo simbólico.
 

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