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Con la instalación ‘Chambre 202, Hôtel du Pavot’ como enclave de paso obligado, la exposición ‘Dorothea Tanning. Detrás de la puerta, invisible, otra puerta’ se desvela como un itinerario imprescindible para la reflexión sobre las nuevas dialécticas que expliquen convincentemente la realidad
Recorriendo la exposición Detrás de la puerta, invisible, otra puerta, título que alberga la retrospectiva sobre Dorothea Tanning (EEUU. 1910-2012), hasta el próximo 7 de enero en el Museo Reina Sofía, momento en el que tomará rumbo a Londres donde se podrá ver, a partir de febrero, en la Tate Modern, es inevitable hacer un alto en el camino delante de la instalación Chambre 202, Hôtel du Pavot [Habitación 202, Hotel de la Amapola] que la artista comenzó en 1970 y que se exhibió por primera vez en 1974 en el Centre National d’Art de París. Aunque esta obra ya se montó hace relativamente poco tiempo, en el 2013, en el mismo Reina Sofía, con motivo de la muestra Formas biográficas, ahora sobresale descubriéndose en el conjunto de la trayectoria de Tanning, como el cenit de una producción anclada en el descubrimiento interior, de caligrafía surrealista, que sobremanera aquí toma proporciones cinematográficas y literarias. No obstante, el punto de inflexión en la carrera de la artista estadounidense en la que hay una evolución considerable desde sus primeras creaciones, no parece haberse producido con esta instalación ni con las esculturas blandas que la propiciaron.
El cambio de registro empieza a ser visible a finales de los años cincuenta cuando el universo tanto de Lewis Carrol, como de Vladimir Nabokov, claros inspiradores de su obra precedente, comienza a dejar paso a una nueva narrativa. Primero pictórica, luego escultórica, se aprecia un evidente vuelco hacia la abstracción, en un primer momento, de cariz marmóreo, que cohabita con la figuración. Dorothea Tanning fragua, de esta manera, un insólito surrealismo alegórico que semeja nutrirse de los clásicos del Renacimiento y del Barroco en la concepción de una mitología carnal que se desintegra en lo voluptuoso dando origen a lo epicúreo. Lo corpóreo se ahoga, de esta manera, en un relato que busca trascender los límites del propio cuerpo y el género asociado a él, sin hacer tampoco distinción entre lo humano, lo animal [el perro de Tanning, Katchina, que aparece en gran parte de su producción es un buen ejemplo de ello] y otras criaturas que emergen como señales de providencia.
Vista de la obra Chiens de Cythere (Perros de Citerea) en la exposición Dorothea Tanning. Detrás de la puerta, invisible, otra puerta | Foto Cortesía del Museo Reina Sofía | StyleFeelFree
Desligándose así de lo que visto desde la actualidad podríamos relacionar con el paradigma artístico de Tim Burton, validaríamos consecuentemente afirmar también que Tanning se revela contra su mismo canon, haciéndolo trizas, desmembrando los cuerpos y mirando, aparentemente, más hacia la praxis de Auguste Rodin cuando empieza a trabajar con pedazos de anatomía, que a su entorno, envuelto en demasiados condicionantes. Lo que nos lleva nuevamente a esa habitación 202 que toma como referente el cuerpo fragmentado. Ello permite ver las pocas limitaciones de lo anatómico, perfilado desde la insubordinación de lo blando, que busca adaptarse al espacio en un gesto de apropiación. Por consiguiente, los deseos que habitan en lo mórbido, en lo flexible, que puede deformarse fácilmente, avanzan cohesionándose como metáfora de una transformación, necesaria para avanzar, hasta la abolición de los arquetipos culturales asociados a las formas. Si bien, en confrontación perviven, irremediablemente, los condicionantes físicos y barreras sociales, que apremian a Dorothea Tanning a escribir un guion repleto de pistas. El relato ya no es un esbozo, está articulado hasta sus últimas consecuencias. Pero precisa de un espectador que deja de ser tal para convertirse en un narrador voyeur, lo cual nos remite a La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock que nos coloca en un lugar privilegiado para ver.
¿Qué vemos, entonces, cuando miramos? Según Dorothea Tanning explicó, Chambre 202, Hôtel du Pavot está inspirada en In Room 202, una canción popular de 1919, que como recoge Alyce Mahon, comisaria de esta muestra, “cuenta la historia de Kitty Kane, la mujer de un gánster de Chicago que se suicidó en la habitación 202 de un hotel de esa ciudad en 1893”. Y según recoge el estribillo de la letra “Las paredes siguen hablando / ¿Debo contarlo todo?, se preguntan, ¿o apagar la luz e irme a dormir?”. Más allá de esto, es evidente que Tanning prefirió mantenerse al margen de interpretaciones, para evitar encasillamientos, dejando por otra parte al espectador la posibilidad de abrir la puerta por sí mismo y descubrir los fragmentos de anatomía, de atróficas morfologías, satisfechas de paradojas. Visto que el color de la carne rosada, vivaz en la pared, contrasta con el resto de figuras terracotas y ocres que yacen en el suelo, amoldadas a enseres domésticos.
Asistimos a una escena orgánica alumbrada por una bombilla de la razón que evoca al Guernica de Picasso. Si hay algo que alumbrar [seamos precisos, en este caso, con una deficiente iluminación], es porque también hay algo que sin la suficiente luz, pasa desapercibido. Valga nuevamente la redundancia, ¿qué vemos cuando miramos? Sin mayores elucubraciones contemplamos cómo en una de las paredes de este pequeño recinto un cuerpo, con inequívocos patrones asociados a lo femenino, trata de entrar en la estancia. Mientras tanto otro, aparentemente, busca salir. Pero se lo impide una figura de aspecto tosco y animal, a la que se queda asido. ¿Qué destino les espera a estos cuerpos que quieren tener presencia en una realidad social desfigurada por las apariencias, los falsos dogmas y el sometimiento a un malestar que se percibe como prosperidad cuando la opulencia de las cosas se sitúa por encima de las personas? Es probable que como argumentaba Laurie Anderson en la performance que pudimos ver en el mismo Museo Reina Sofía, All The Things I lost In the Flood, “lo que buscas durante toda una vida, te acabe comiendo vivo”, haciendo referencia al Moby-Dick de Herman Melville. Y esto acaba siendo tristemente una realidad que ha hecho visible el movimiento #metoo, lo cual no deja de ser si bien circunstancial, también asombroso, al percibir como ciertas obras mutan, según los tiempos, adaptándose a realidades que sin ser nuevas, adoptan otras explicaciones.
En un escenario propiamente lynchiano la habitación 202 podría ser el punto de inicio de un argumento cinematográfico o literario. Se aprecian signos que nos traen a la memoria la narratividad del propio David Lynch que se deleita en una parafernalia del fetiche icónica, o incluso a Panos Cosmatos en Beyond the Black Raibow planteando enigmas que afectan al deseo, la pérdida y la liberación femenina; o la elocuencia lujuriosa de Cronenberg en algunas de sus más escabrosos actos. Lo que emplaza a Dorothea Tanning a un contexto actual, de escritura onírica, que asimismo conecta con algunas novelas de Haruki Murakami, explorando en un territorio de misterios que hipervisibilizan la sociedad de consumo. El hotel Delfín de La caza del carnero salvaje (1982) y de Baila, baila, baila (1988) parece salir directamente de esta instalación de Tanning.
Llena de incógnitas, la habitación del Hotel de la Amapola [Hôtel du Pavot], sin embargo, asoma esquivas evidencias atravesando un surrealismo de dialécticas difusas. La imperiosa necesidad de reivindicar lo blando equivale en consecuencia a invocar lo flexible frente a lo rígido. Y esto a su vez insta a lo táctil en una sociedad digital que evita el contacto, que busca aislarnos en grupos afines y de confianza. No es extraño por ello que como observa Ann Coxon, muchos artistas contemporáneos, como Marcel Dzama y Rachel Goodyear, absorban del surrealismo su interés por descifrar los códigos mágicos, que tratan de resolver con enigmas un mundo que ahora tiende a explicarse con una ecuación demasiado sencilla, y a su vez temerosa, para que resulte efectivamente convincente. Es posible que no se trate de mirar la realidad de frente, sino que se trate de encontrar la salida buscando las puertas invisibles que llevan a territorios sin explorar.
Desde este no-lugar de tránsito y experiencias íntimas se puede mirar directamente al futuro, en vez de quedarse inmóviles ante el confortable susurro de un pasado que llega con voz distorsionada, pero efectiva desde un presente difícil de asimilar. Lo cual no significa que sea suficiente con intentar desentrañar los entresijos de una trayectoria única con bastantes escollos que superar. Sería conveniente trazar un mapa de voluntades-otras que reúna el trabajo de artistas que como Dorothea Tanning entendieron la necesidad de enfocar lo complejo y lo extraño para hacerlo comprensible. En este sentido la labor de otras creadoras como podrían ser, sirvan de muestra, Eva Hesse, Louise Bourgeois, Francesca Woodman, Yayoi Kusama, Grete Stern, o Annette Messager es decisiva. La Chambre 202, Hôtel du Pavot se posiciona así como un rincón de paso hacia otras realidades de surrealidad no tanto por descubrir, como por investigar.
Vista de sala de la exposición Dorothea Tanning. Detrás de la puerta, invisible, otra puerta | Foto Cortesía del Museo Reina Sofía | StyleFeelFree
Título: «Dorothea Tanning. Detrás de la puerta, invisible, otra puerta»
Artista: Dorothea Tanning
Comisariado: Alyce Mahon
Coordinación: Beatriz Jordana
Organización: Museo Reina Sofía
Lugar: Museo Reina Sofía, Edificio Sabatini, 3ª planta
Fechas en el Museo Reina Sofía: 2 de octubre de 2018 – 7 de enero de 2019
Itinerancia de la exposición: Tate Modern, Londres (26 de febrero al 9 de junio de 2019)
Itinerancias: Museo Reina Sofía
Entrada: consultar precio