D. Díaz

Con un tono satírico y desenfadado, ‘El triángulo de la tristeza’ planta a los más pudientes frente a un espejo que deforma su rostro, revelando así su verdadera identidad

El triángulo de la tristeza | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película El triángulo de la tristeza | StyleFeelFree. SFF magazine

Parece que, cuando uno se enriquece, de alguna manera, está firmando un pacto en el que renuncia a sus principios morales. En su última obra, Ruben Östlund presenta un mosaico de personalidades eclécticas en torno a la abundancia y la depravación que esta trae consigo. La sátira con la que aborda dicha idea permite abrir un debate que arremete contra la pérdida de los valores morales por parte de los más pudientes. Aunque vaya disfrazada de comedia —que, por otro lado, resulta divertidísima—, existe una dimensión crítica en El triángulo de la tristeza. No obstante, a primera vista, puede parecer que, simplemente, la obra disfruta de no tomarse seriamente a sí misma. Sin demorarse demasiado, enseguida empieza a dar indicios de su intención de soltar veneno, camuflado entre chistes. Precisamente, este es uno de sus elementos más interesantes, tanto a nivel narrativo como visual.

Entre todas las secuencias destaca una que resulta paradigmática a la hora de expresar el sedimento de la obra. Durante una cena a bordo de un crucero de lujo, los pasajeros comienzan a vomitar sobre sus mejores trajes debido al mareo causado por la tempestad. En otras palabras, el salón acaba lleno de ricachones desechando todo lo que no han podido tragar. Pese a lo grotesco de la situación, la tripulación intenta atenderles lo mejor posible. Esta, aparte de ser una secuencia extremadamente graciosa a nivel visual, declara abiertamente que, para El triángulo de la tristeza, no existe un segundo mundo. Es decir, a bordo de este crucero, solo hay gente que no tiene nada y gente que tiene tanto que no puede ni digerirlo. Un crucero que, por otro lado, podría ser una representación del mundo actual.

Mientras que Carl y Yaya, la pareja protagonista, tiene en torno a los veinte años, el rango de edad del resto de personajes está muy por encima. El triángulo de la tristeza distingue así a la aristocracia en dos bloques colindantes. Por un lado, el dinero joven. Por otro, la estructura arcaica, establecida en la cúspide desde hace tiempo. Al final del día, la misión de Östlund pasa por plantar a este grupo delante de un espejo que altera las dimensiones del sujeto reflejado. Irónicamente, para el cineasta, deformar la realidad revela una visión crítica de la misma. Por trazar un paralelismo, este recurso guarda una función muy similar al esperpento de Valle Inclán. En consecuencia, El triángulo de la tristeza resulta una obra con múltiples lecturas. Su superficie cómica esconde un trasfondo que, si buceamos hasta dar con él, quizás nos quita la carcajada.
 

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