D. Díaz

En la línea de una nueva ola de terror que reivindica el folclore rural, ‘Cuerpo Abierto’ viaja hasta las tradiciones ancestrales de la península Ibérica para enfrentar a la razón contra lo sobrenatural

Cuerpo abierto | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Cuerpo abierto | StyleFeelFree. SFF magazine

En los últimos años, el cine ha experimentado una tendencia formal que vincula el género del terror con espacios rurales, cada vez más desconocidos por la cultura popular. Como es sabido, aquello que desconocemos es propenso a suscitar temor o intriga. Es por ello que propuestas como The Witch o Midsommar triunfan en sus planteamientos y comienzan a redefinir un género que parecía estancado. Siguiendo esta estela, Cuerpo abierto nos presenta a Miguel, un profesor destinado a Lobosandaus, un pequeño pueblo en la frontera entre España y Portugal. Durante su viaje, que supondrá un auténtico descenso a los infiernos, la ciencia bajo la que Miguel se cobija se verá puesta a prueba. Con su aventura como pretexto, la obra presenta un debate entre la razón y lo sobrenatural. Lejos de ser una reflexión objetiva, Cuerpo abierto aboga por una incapacidad para explicar por medios lógicos los sucesos que acontecen.

Cada paso que Miguel da le va separando progresivamente de sus dogmas. El periplo en el que se ve envuelto le propone una tesitura tal como para cuestionar sus principios ideológicos. A medida que la obra avanza, una energía ultra sensorial se va apoderando de él, así como del pueblo. De este modo, el científico se ve corrompido por aquello que sus métodos no pueden explicar. Miguel pasa de tratar a los niños de su clase con cariño y comprensión a gritar y golpearles. Asimismo, el amor que siente por Dorinda, una muchacha del pueblo, pasa de ser un sentimiento voluntariamente reprimido a un impulso desatado. Intercalando planos de hombres y cerdos, la obra asemeja así la conducta humana a la animal. Miguel, que en principio era el intruso benefactor, se convierte en el elemento desestabilizador de la trama, incapaz de reprimir sus instintos.

El quid de esta cuestión se encuentra en el personaje de Mauro, el amante de Dorinda. El primer punto de giro, marcado por su muerte, deriva en una sucesión de acontecimientos que denotan su presencia más allá de su muerte. El instrumento de viento que este lleva siempre consigo, sigue resonando en las montañas después de su fallecimiento. A través de este recurso sonoro se expresa la idea de que su espíritu perdura en una dimensión distinta al mundo físico. Al igual que sucede en la Biblia, cuando un profeta quiere hablar con la deidad, siempre lo hace desde la cima de una montaña. Bajo este punto de vista, la montaña donde se ubica Lobosandaus es un elemento que simboliza un encuentro con lo espiritual. Sin embargo, este encuentro no es con Dios, sino con una influencia primitiva y destructora, propia del antagonista del Nuevo Testamento.
 

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