D. Díaz

Inspirada en una forma de concebir el cine similar a la de Woody Allen, ‘Ramona’ propone una diégesis en la que los personajes son cotidianos, los finales anticlimáticos y Madrid un personaje más

Ramona | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Ramona | StyleFeelFree. SFF magazine

Oda a un tipo de cine que recuerda al estilo de Woody Allen, en Ramona la aventura se encuentra en la cotidianeidad. La película está marcada por un triángulo amoroso que sitúa a su protagonista en medio de una decisión sentimental. Asimismo, también es una obra que versa sobre la crisis en la treintena. A modo de contexto, Ramona vive con su novio en Lavapiés, con el que mantiene una relación estable, aunque insulsa. Por eso, cuando conoce a Bruno, un director de cine, las dudas empiezan a anidar en su cabeza. Disfrazándose de azar, el guion los coloca a ambos en un mismo rodaje. De esta manera, el conflicto surge a partir de dicha situación, que expone a la joven actriz al riesgo de enamorarse. Contra todo pronóstico, la trama opta por un final anticlimático, donde el héroe no consigue su propósito.

Mientras que, con su novio, la relación es correcta y carente de peleas, con Bruno todo son discusiones acaloradas, sentimientos ensalzados y reflexiones vitales. Precisamente, la ironía que rodea a esta idea es el motor que impulsa a la trama a avanzar. El montaje, lleno de cortes eclécticos, refuerza ese gusto por lo naive, presente desde la dirección. Siendo “guay” la palabra que más se repite, a veces este estilo parece más ingenuo que genuino. Las interpretaciones, aunque logradas, resultan un tanto sobreactuadas, sobre todo la de Bruno Lastra, que consigue ponerle a uno de los nervios. En general, la obra combina un tono intimista y contemplativo, propio del cine europeo, con monólogos a cámara, cargados de reflexiones. Estos últimos, un recurso fruto del cine de Woody Allen, pretenden generar un interés dramático comparable a los del director neoyorquino, sin llegar a conseguirlo completamente.

Las escenas de la peli que Bruno y Ramona están grabando son las únicas que se filman a color. El cine se compara con una vía de escape, propia de dos personas con tendencias evasivas, insatisfechas con una realidad en blanco y negro. Más allá del triángulo amoroso, la pérdida de la identidad a los treinta supone el principal conflicto interno del personaje de Ramona. Dejando de lado la construcción de su protagonista, la cinta siente una debilidad por retratar Madrid desde un punto de vista costumbrista y romántico. Así como Woody rinde en su obra un tributo a Manhattan, la película se sumerge en la noche madrileña, llena de postales que resultan tan familiares. Madrid se describe como un lugar cambiante, repleto de crisis existenciales. Una ciudad donde, para encontrarse, primero hay que perderse.
 

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