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Más allá del autorretrato, en ‘Armageddon Time’ James Gray busca entablar un diálogo que esclarece un momento histórico, resignificando, al mismo tiempo, el concepto de sueño americano
Últimamente muchos realizadores han tenido la tentación de escribir sobre sus vidas. De Emanuele Crialese en L’immensità a Sorrentino en Fue la mano de Dios crear un mito sobre uno mismo no deja de ser un acto de narcisismo si lo personal no sirve para explicar algo más. Algo como un momento histórico significante, desde lo colectivo, que suscita más allá de lo propio. Es precisamente lo que hace James Gray en Armageddon Time que, en lugar de explayarse con un relato que pudiera pretender abarcar demasiadas parcelas personales, acota el tiempo. De esta forma, a partir de lo anecdótico, irradia con una narración que se vuelve comunitaria e inspiradora. Un espejo en el que vemos reflejados todos los males sociales. El racismo, la injusticia y los privilegios de clase. Todos ellos en contextos específicos que resignifica el concepto de sueño americano.
En el lienzo que dibuja el autor de El sueño de Ellis la vida americana y las corriente históricas y culturales tienen un claro propósito. Poner en situación no un trayecto específico, sino cualquier trayecto vital en el que podamos identificarnos. Salvando las diferencias circunstanciales y espaciales, todos pasamos por los mismos condicionamientos sociales. Y dependiendo de nuestros recursos tendremos o no las herramientas para salir adelante. Aquí, la historia ocurre durante dos meses en 1980. Gray recuerda su infancia a través de la entrañable figura de Jeremy Strong en un papel que eclipsa todo el metraje. Su periplo en este lapsus de tiempo pasa por su comienzo de curso en una escuela pública en la que entabla amistad con un compañero de clase negro, hasta que sus padres deciden cambiarle a un colegio privado tras un incidente en el que es protagonista.
La relación entre estos chicos es clave. Juntos tejen un guion que, evitando todo paternalismo, deja constancia de las ventajas de pertenencia a ciertos estamentos. James Gray revisita su infancia, pero no para mirarse a sí mismo sino a la sociedad de entonces conectada con el ahora. Nada de esto sería tan emocionante como de hecho lo es si no fuera porque el casting es excepcional. Empezando por una Anne Hathaway que se crece según avanza el metraje, y acabando con un Anthony Hopkins que deja tras de sí una de las secuencias más imperiosas de la película. Junto a ellos las texturas y todo el entramado artístico, al ritmo de Cypress Hill, construyen una suerte de escenario que sumerge en un estado emocional que, inevitablemente, atrapa desde el principio. Armageddon Time tiene el poder de evocar una ciudad que se respira. Nueva York nunca había sido tan elocuente.