Pedro Navarro
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La estética underground y los cuerpos andróginos operan en ‘Phoenix’, de Bram Droulers, un coming of age queer sobre amores imposibles

Phoenix | StyleFeelFree
Imagen de la película Phoenix | StyleFeelFree

Un poco de new wave, algo de postpunk, una pizca de expresionismo alemán, mucho cine queer y ¡PUM! Tienes Phoenix, la película de Bram Droulers que compite en la sección Bright Future del Festival de Róterdam. De que el chaval tiene por delante un futuro brillante no cabe duda, 21 añitos y presenta una cinta que grabó a los 18. Sinceramente, me quito la peluca. El belga debuta en el formato de largometraje con un coming of age sobre amores y desamores adolescentes. En el filme hay un juego de espejos en el que los cuerpos de unos parecen ser el reflejo de los otros. Todos se mimetizan, no solo por su androginia, sino también por el hecho de que hay varios personajes interpretados por los mismos actores. Un elenco que incluye al propio realizador, quien es artífice de muchos de los temas de la banda sonora.

Si bien la cinta arranca con una serie de escenas de corte más experimental, conforme avanza el metraje va acercándose a lo narrativo. Los referentes de los que se nutre son muchos y muy variados al tratarse de una propuesta que juega continuamente con el formato. Phoenix se mueve entre la estética de videoclip y la de película casera. Hay algo de Gregg Araki, de Warhol y del cine de lo real, pero inevitablemente también recuerda a la madre del electroclash Liquid Sky, de Slava Tsukerman.

Phoenix no deja de ser una ficción pequeña, de bajo presupuesto y autoproducida, pero de lo más resultona. Hay algo muy orgánico en el hecho de que en lugar de ocultar sus debilidades, las emplee para explorar caminos más experimentales. Así, la baja calidad del sonido directo la compensa con subtítulos que recogen conversaciones ininteligibles, cuando no inexistentes. Otras veces, lo arregla incluyendo elementos del cine mudo. En este sentido, buena parte de la narración se estructura a través de textos en pantalla que apelan directamente al espectador y que revelan la subjetividad de los personajes. Además, la duración de la película —apenas roza los 65 minutos— la hace de lo más accesible.