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A través de acciones y metáforas, Stefan Jägger traza en ‘La fotógrafa del Monte Verità’ una historia intimista sobre una mujer que trata de reencontrarse consigo misma

La fotógrafa de Monte Verità | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película La fotógrafa de Monte Verità | StyleFeelFree. SFF magazine

Una placa fotográfica muestra un retrato familiar minutos antes de ser capturado por la cámara. En ella, todos los miembros permanecen inmóviles, estáticos y formales. Solo uno de ellos destaca, el de Hanna Leitner que se lleva la mano al cuello intentando escapar de su traje. A modo de prefacio, esta pequeña acción traza ya una de las tantas metáforas que componen La fotógrafa de Monte Verità. De hecho, la joven aristócrata sufre de un asma insufrible que no le deja respirar y aun habiendo pasado por miles de terapias, no consigue librarse de él. Por ese motivo, acaba huyendo hacia el sanatorio del Monte Verità, un lugar alternativo de filosofía adelantada para la época que, sobre todo, promueve la libertad. De tal manera, con tan sólo los primeros minutos de película Stefan Jägger ya consigue introducirnos en un mundo totalmente verosímil mezclando la realidad con la ficción.

Así, el filme se mueve entre recuerdos, con una estructura no-lineal que camina entre el pasado, el presente y el futuro. Este formato permite crear una especie de diario personal en el que la protagonista vierte sus pensamientos completando poco a poco la historia. Mientras tanto, la parte documental se mezcla con la ficticia a la vez que se van sumando caras reconocidas que la acompañan en su estancia. Se introducen desde las fundadoras del Monte Verità, Ida Hoffmann y Lotte Hattemer, hasta el filósofo Otto Gross o el escritor Hermann Hesse. Todos y cada uno de ellos le dan una lección, por muy pequeña que sea, enseñando el estilo de vida del sanatorio. Pero, sobre todo, encaminándola hasta su decisión final. Consecuentemente, el conjunto de ambas partes acaba configurando una narrativa intimista y profunda sin separarse de la parte factual.

Sin embargo, lo interesante del largometraje es la coherencia con la que se desarrolla, puesto que hasta la estética y el tono van a favor de los ideales del Monte Verità. Stefan Jägger se permite experimentar con la fotografía, usando el lenguaje propio de las cámaras para descubrir el punto de vista de Hanna. Esto se acaba convirtiendo en el elemento principal de la trama, construyendo a través de ellos el viaje personal que realiza. En este caso, el lenguaje de la fotografía fija se integra en el metraje simulando el revelado analógico o el punto de vista del objetivo de la cámara. Poco a poco, el código irá tomando presencia a medida que vamos obteniendo datos sobre quién es esta mujer, que hasta hace poco vivía anulada por su estatus. Al final, el Monte Verità no sólo le devolverá la capacidad de respirar, sino también su propia individualidad.
 

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