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Bajo una exploración espiritual en medio de la oscuridad, ‘Il buco’, de Michelangelo Frammartino, hace un paralelismo entre el abismo y el ser humano

Il buco | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Il buco | StyleFeelFree. SFF magazine

El cantar de un pastor abre Il buco, tercer largometraje de Michelangelo Frammartino. En seguida, vemos la cara de su emisor descubriendo en un plano corto a un envejecido hombre que vocifera hacia la naturaleza. Enfatizando en sus ojos, el punto de vista nos guía hasta un paisaje crepuscular y pacífico, únicamente habitado por el ganado de la zona. En el horizonte se distingue un pequeño pueblo de miniaturas. Sin embargo, la mirada se va hacia un lugar exacto, profundo y negro. Se trata del Abismo del Bifurto, el reflejo de este anciano, con el que se forma la pareja de protagonistas de esta historia. Así, el dúo representa la caducidad, la decadencia y el paso del tiempo. Mientras que, ese pueblo adormecido de la distancia, nos contextualiza la historia en la Calabria rural de 1960, donde el progreso acaba de invadir la tranquilidad.

La juventud se enfrenta a la vejez, la vitalidad a la muerte y la luz a la oscuridad. La película se compone a base de binomios en los que, poco a poco, se va tejiendo un lenguaje contemplativo y metafórico. De hecho, para Frammartino los espacios son vitales y forman parte del elenco, puesto que cada parte tiene una personalidad distinta. Por un lado, el pueblo se percibe como un hormiguero gracias a planos aéreos y distantes que perciben calles laberínticas y siluetas de miniatura. Por el contrario, la naturaleza se visualiza de manera frontal revelando un paisaje lejano a la humanidad donde el movimiento es casi imperceptible, pausado y calmado. Pero el contraste va más allá de una separación. Esta diferenciación consigue transformar la llegada de un grupo de jóvenes espeleólogos en una verdadera invasión, de la cual, la principal víctima será la falla sísmica.

Con ellos se acaba el misticismo de la cueva. Deja de ser parte de un cuento, una leyenda o un misterio cuando la alumbra, por primera vez, tirando una hoja de revista ardiendo. De pronto, la oscuridad de la cueva se vuelve real y nos adentramos con ellos. La oscuridad de la cueva se vuelve eterna dentro de la sala del cine. Solo unas linternas intermitentes nos guían a través de kilómetros negros. Ahí se encuentra el mayor encanto del metraje de Frammartino, en el interior de las tinieblas donde se halla la clave de Il buco. Dentro del abismo se dibujan, por momentos, figuras cavernosas que adquieren carácter humano, ligando la vejez del pastor, con la anatomía de la falla. En ese paralelismo, ya no se encuentra juventud, ni pueblo, ni luz. En ese paralelismo, sólo hay vértigo a caer en la muerte, en el olvido.
 

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