Rosana G. Alonso
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Inspirado en tres novelas gráficas de Adrian Tomine, el realizador Jacques Audiard atina en ‘París, distrito 13’ al enfocar una historia sobre relaciones amorosas en nuestro presente tecnológico y desafectivo

París, distrito 13 | StyleFeelFree
Imagen de la película París, distrito 13 | StyleFeelFree

De un tiempo a esta parte, el cine contemporáneo ha pegado un giro importante en los modos atendiendo a un eclecticismo que mira alrededor. Todo, para tratar de explicar, aunque sea a grosso modo, el mundo en el que vivimos. Pero también los tópicos, marcados por la propia sociedad, están cambiando porque existe una necesidad real de seguridad afectiva en nuestra realidad líquida. Ante esta tesitura, cada vez hay más largometrajes que ahondan en temáticas románticas, tratando de entender las relaciones en el momento presente. París, distrito 13, de Jacques Audiard, es una de ellas. Una película que retoma el tema tan amplio del amor romántico que hasta hace relativamente pocos años no parecía tener aceptación. Pero si en el año 2016 reflexionábamos en SFF sobre la pérdida del motor amor-deseo en el cine, retrotrayéndonos a los años 90, ahora vuelve con fuerza.

El punto de partida de este auge de la pareja, de los nexos de unión, de la afectividad, pudo ser Cold War en 2018. No obstante, no podemos quitarle el mérito a La La Land que se estrenó un año antes. Después llegaron muchas. A día de hoy, podemos decir que ya no hay pudor en exhibir los sentimientos, o en su caso, tratar de analizarlos. Precisamente, como ocurre con La peor persona del mundo, de Joachim Trier, aquí hay una intención de entrar en una psicología emocional que despierta interés. Puesto que los públicos parecen empatizar con estas historias. Entre tanto desorden ambiental, entre tanta incertidumbre, buscamos seguridades. Un alguien que nos de las respuestas que no encontramos. Un alguien con quien crear hogar. Un alguien con quien compartir. Un alguien con quien resguardarse de las tormentas que se avecinan o que directamente ya están arreciando sobre nuestras cabezas.

Considerando todo esto y partiendo de Mi noche con Maud de Rohmer, Jacques Audiard reflexiona sobre las relaciones de pareja en París, Distrito 13. Para hacer todas estas conjeturas sobre el amor, la sociedad del aquí y ahora, de las conexiones rápidas, la comunicación en línea y el intercambio, el realizador de Dheepan y Un profeta encuentra en Céline Sciamma el contrapunto que necesita. Ella es una cineasta que entiende muy bien el lado femenino de estos vasos comunicantes que coinciden en un punto desde el que avanzar. También, como veíamos en Petite Maman, tiene la sensibilidad emocional que necesitaba Audiard para encauzar un guion inspirado en tres novelas gráficas de Adrian Tomine. Un autor que ha sabido recoger con acierto el malestar de las nuevas generaciones, su melancolía y desarraigo. Esto, llevado al cine, resulta encomiable porque se logra dibujar un retrato que es psicológico, sociológico y generacional.
 

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