Rosana G. Alonso
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En clave de cuento ‘Petite Maman’, de Céline Sciamma, es una entrañable y mágica experiencia que conecta con todos los públicos sin rendirse a ningún truco efectista

Petite Maman | StyleFeelFree
Imagen de la película Petite Maman | StyleFeelFree

Todavía con la miel en los labios por Retrato de una mujer en llamas, podríamos caer en el error de pensar que Petite maman, de Céline Sciamma, solo puede ser una obra menor. No nos dejemos engañar por su corta duración y el hecho de que sus personajes principales sean dos niñas de ocho años. Aunque en el cine para adultos los más pequeños se han colado en los últimos años para que repensemos esta etapa de la vida —como ejemplo, The Florida Project, Winter Flies, Verano 1993 o Goodbye Berlín— , todavía puede haber públicos reticentes a darles una oportunidad. Pero Céline Sciamma, como ya lo hiciera con Tomboy, vuelve a demostrar tener una mano excepcional en la dirección de niños. El resultado es un filme que alcanza a todos. Resulta difícil evitar caer en el hechizo que proyecta esta película retrotrayéndonos a un lugar de reconciliación y afecto.

En realidad, si bien la idea de la que parte no es ni simple ni novedosa, Céline Sciamma la transforma en una parábola de una sencillez extraordinaria. Ahí reside su talento, en ser capaz de desprenderse de lo superfluo en una cinta evocadora y ensoñadora que cuida hasta el último detalle. Lo que nos presenta es un viaje en el tiempo al modo de Regreso al futuro de Robert Zemerkis, pero prescindiendo de parafernalias. Desde una perspectiva que se desliga del cine fantástico como tal, convierte a Petite Maman en un pasaje en el que prima lo emocional frente a lo experiencial. Para compartir un aprendizaje que nos permite tener la ocasión de ponernos en el lugar del otro. En otro espacio, en otro tiempo. Calzarnos sus zapatos y adoptar su perspectiva. Y para ello, la cineasta francesa recurre a la estrategia del cuento clásico.

¿Nos hemos olvidado de cuando éramos niños? Quizás no, pero en todo caso, lo que nos quedan son más imágenes que sensaciones. Por eso, mostrando un juego de espejos entre dos niñas casi idénticas que se encuentran en un espacio temporal abstracto Céline Sciamma pone frente a frente a sus dos personajes. Una madre que de pronto es niña y puede medirse con su propia hija. Las dos están en el mismo sitio de partida sin saberse así. Ambas se encuentran en un punto cero. Y como espectadores, aunque al principio es posible que no entendamos cual es el objetivo, finalmente participamos de la misma experiencia que sus protagonistas. De pronto, nos sentimos niños, vemos el mundo como ellos y somos capaces de ponernos en su lugar. Desde ahí nos miramos. Petite Maman tiene una varita mágica escondida que logra que abracemos al niño que fuimos. Es parábola de vida.
 

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