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Se ve que el tándem que forma Joachim Trier y Eskil Vogt en ‘La peor persona del mundo’ ha ganado tal confianza que su narración nos hace creer, a todos, que es “nuestra historia”
La evolución de Joachim Trier a lo largo de su carrera ha sido tan asombrosa que a estas alturas no podemos decir que con La peor persona del mundo haya tocado techo. No obstante, es difícil imaginar cómo podría superarlo. Ha pasado de cierto cripticismo a un hacer más diáfano y envolvente. Es curioso porque, desde Thelma, se permite combinar todo tipo de recursos y artificios para componer cintas tan poliédricas como traslúcidas. Aunque poco tiene en común este ensayo sobre el ser humano y las limitaciones del tiempo con su anterior trabajo, en las dos obras se advierte una tendencia existencial que investiga los modos narrativos. En un caso, recurriendo al género y la fantasía. Ahora, volviéndose más terrenal y proponiendo una historia universal y contemporánea sobre el amor. Y sobre la negociación entre lo que pensamos que podría ser nuestra vida y la realidad.
Acompañado nuevamente por Eskil Vogt en la construcción del guion, en esta ocasión estructurado por capítulos, en La peor persona del mundo se ve que el tándem ha ganado confianza en la escritura. La cinta arranca a una velocidad impresionante para situarnos a su protagonista. Es Julie, una treintañera desubicada en la vida, buscándose. Así, salta de universidad en universidad, tratando de encontrar su verdadera vocación, igual que de pareja en pareja. A pesar de ser la protagonista, a quien la cámara sigue, su perfil adopta una perspectiva. Para ello se recurre a una voz en off que adquiere una dimensión subjetiva, matizada por la mirada que posa sobre ella Trier. ¿Podría ser real o una proyección? Independientemente de cómo podamos juzgarlo en realidad no es la peor persona del mundo. El título, giro irónico, nos convoca. ¿Acaso no nos sentimos todos, en algún momento, la peor persona del mundo?
Sea por los inevitables fracasos que atravesamos, por cómo otros nos pueden hacen sentir, o porque en muchos momentos podemos percibirnos desubicados y a la intemperie, todos, en mayor o menor medida, hemos cargado con esa etiqueta. Y cuando no, se la hemos puesto a alguien. ¿De qué forma nuestras decisiones afectan a los otros? ¿Podemos evitar hacer daño? ¿Pueden otros evitar lastimarnos? ¿Qué aprendizaje hay en todo esto? Interesante título para que pensemos la película desde ese eje que no señala a nadie pero nos sitúa. Sitúa un momento en el que el tiempo parece precipitarse y abalanzarse sobre nosotros convocándonos a la acción.
El tiempo es el eje que vertebra y gestiona La peor persona del mundo. Hay una escena crucial, mágica y sorprendente, que es cuando todo alrededor de Julie se congela para que pueda ir en busca de su nuevo amor. Con ello hace realidad la fantasía romántica de detener el tiempo para estar con un amante ilícito que nos renueve, a través de quien ver el mundo centellear. ¿Pero acaso eso no es un espejismo? Sobre los espejismos, el paso del tiempo, el dolor, el placer y la vida llamándonos versa esta película que nos sacude. Concluye, y todo late. Un remolino de sentimientos se entrecruza obligándote a reflexionar tu existencia. En realidad, La peor persona del mundo somos todos porque a todos nos habla directamente. Es tan real, a pesar de la magia que transita, que asusta. Indudablemente, una de las mejores películas que veremos en salas este año.