Rosana G. Alonso
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A tiempo para celebrar el 40 aniversario de ARCO, Isabel Villar regresa a la feria de arte 37 años después, en compañía de la galería Fernández-Braso, para iluminar el arte contemporáneo

Isabel Villar en ARCO 2021
La artista Isabel Villar, junto a su obra, en la feria de arte ARCO 2021 (galería Fernández-Braso) | Fotografía: R. Xo para © StyleFeelFree

Han pasado casi cuatro décadas desde que Isabel Villar (8 de marzo de 1934. Salamanca) fuese una de las protagonistas de la feria ARCO en sus inicios, en el Paseo de la Castellana. Ella misma lo recuerda ahora que vuelve a un ARCO 2021 adaptado a los nuevos tiempos. Ya no es la Castellana la que recibe a los grandes nombres del arte contemporáneo, sino el recinto ferial de IFEMA. Y tampoco es la clausurada galería SEN la que representa a la artista, sino la galería Fernández-Braso, que hace muy poco le dedicaba en su espacio una exposición individual consagrada a sus más recientes producciones. Bajo el título Ese otro bosque dentro del bosque, se pudieron ver piezas realizadas en los dos últimos años, que proseguían sus líneas de trabajo. A saber, ese mundo utópico en el que se refugió en su estudio, donde “pintar es una alegría”, afirma.

Sus temáticas siempre han sido muy reconocibles y similares, como ella misma contempla. Pinta animales salvajes y mujeres desnudas, ángeles y niñas. Y como telón de fondo, está el amor a la naturaleza y el bosque tan característico en su imaginería. “Pura utopía”, subraya. En realidad “son temas que me invento”, esclarece. “Aunque el estilo va cambiando un poco, sigo pintando lo que me apetece y divierte”, observa en el stand individual que le ha preparado su galería en ARCO, a donde ha acudido justo antes de irse unos días a descansar a Santander, de donde procedía su marido, el también artista Eduardo Sanz, fallecido en 2013. Allí la encontramos pletórica, muy sonriente, y consciente de que ha llegado a un punto en su carrera en el que el público abraza su arte. Muy probablemente, porque más allá de los mundos que imagina la artista, se advierten muchos otros. Hay enigmas ocultos que atraviesan su arte como flechas de un cupido que alumbra, devolviéndonos una mirada extasiada y renovada.

Llena de incógnitas, su obra, inmediatamente, nos retrotrae a los paisajes de Henri Rousseau. Pero sobre todo, a un surrealismo femenino abanderado por Frida Kahlo, Remedios Varo, Dorothea Tanning y artistas menos conocidas como Stella Snead. No es consciente de estas asociaciones. Sus pinturas no provienen de los sueños, ni del subconsciente. Ella crea desde una conciencia que quiere subvertir. En una dialéctica que enfrenta lo real con lo anhelado, Isabel Villar tal vez no busque transformar las normatividades tóxicas que maniobran en lo social, pero al menos encuentra un refugio donde estar, donde ser libre y sentirse bien. “Busco alcanzar lo que es imposible en los seres humanos, porque estamos todo el día peleándonos”, explica al respecto. “Mis pinturas muestran el deseo de que el mundo fuese de otra forma, que no fuéramos tan espantosamente crueles los unos con los otros, que hubiese más igualdad entre el hombre y la mujer. Pues, todas estas cosas que nos están costando, desgraciadamente, porque la realidad es tremenda”.

Y ante los dogmas que ha ido superando en su trayectoria artística ha dado pasos de leona. Segura de que lo que estaba haciendo era lo que tenía que hacer. Firmó con su nombre cuando las pocas artistas mujeres que existían en la España de la dictadura tenían que esconderse bajo una inicial. Y tuvo pronto muy claro que su arte tenía que ser femenino, palabra que ella adopta sin miedo a lo que pueda denotar. “Tomé conciencia de hacer una pintura que yo llamaba femenina, cuando todos hacían abstracto”, explica sin concesiones. “Quería que se viera, abiertamente, que estaba pintada por una mujer”. Y en esta decisión, se convierte en maestra de las nuevas generaciones que encuentran su lugar en los inclusivos paraísos de Isabel Villar. Paraísos de mujeres emancipadas que conviven en armonía con animales salvajes. Si bien, habría que resolver si estos animales salvajes no son proyecciones de estas mujeres que Villar representa.

Entre el costumbrismo, lo folclórico y lo kitsch, se observa un arte que exige una mirada que indaga, en la búsqueda de una simbología que la artista evita. No obstante, es inevitable mirar el trabajo de Isabel Villar con los ojos de nuestro tiempo. Un tiempo de dialécticas opuestas que la artista reconcilia, un tiempo de otredades que dignifica, un tiempo de mujeres que, por fin, encuentran un lugar donde permanecer. Conscientes de que para subyugar un espacio que las oprime, hay que habitarlo.