Marta Pascual
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El íntimo autorretrato de Hadas Ben Aroya en ‘Gente que no soy yo‘ exhibe, con entrega y descaro, el desamor de una generación desencantada

Gente que no soy yo | StyleFeelFree
Imagen de la película Gente que no soy yo | StyleFeelFree

Hadas Ben Aroya se coloca sus auriculares rosas y nos sumerge en el individualista mundo de Gente que no soy yo. Este universo es personal y frío al mismo tiempo, valiéndose de un lenguaje cinematográfico sorprendentemente formulado para ser la ópera prima de la autora. A través de un relato entrecortado, la directora abre en canal su vida amorosa, dejando entre ver el desencanto del amor adolescente. La débil linealidad del largometraje es el reflejo de la temporalidad de una juventud congelada. De esta manera, la creadora logra proyectar los temores de una generación con ironía y autocrítica sin moverse mucho más allá de su barrio. Lo realmente impresionante es como consigue posicionarse dentro y fuera de la historia. Su lucidez delata una concienciación trabajada acerca de la percepción tanto íntima como global de la sociedad que le rodea.

Los varones con los que se relaciona Joy, la protagonista, carecen de responsabilidad emocional, lo que supone que mantengan relaciones confusas y dolorosas. Se definen con un discurso liberal, despojándose de su ropa con facilidad y normalizando el sexo, pese a la pobreza de sus vínculos afectivos. Como resultado, el desamor ante el entorno y uno mismo se muestra desesperado, llegando a incomodar al espectador. Por otro lado, la agonía surge de esa súplica que tarda en verbalizarse por la falta de práctica o por la vergüenza de mostrarse débil. Así, confesarse conlleva la perdida de poder, admitirse poseedor de afecto es visto como una maldición, cuando la desgracia proviene de los silencios. Hadas Ben Aroya transmite veracidad en su tesis, la cual relata sin maquillaje, demostrando que lo que entendemos como vulnerabilidad es la mayor fortaleza.

Gente que no soy yo traslada estos sentimientos, en primera persona, con Joy, quien personifica la inocencia de una juventud prematura. Sus caprichos y su egoísta espontaneidad arruinan la inicial complicidad con sus parejas sexuales, creando episodios desagradables. Gracias a la honestidad con la que Hadas Ben Aroya interpreta al personaje principal, logra trasmitir dulzura. Con un enfoque distinto, la protagonista pasaría de ser carismática a insufrible, pero su ingenuidad defiende sus inapropiadas y, en ocasiones, problemáticas decisiones. Por otro lado, la grosería con la que enuncia sus intenciones desata un humor ridículo que desprende crítica hacia uno mismo. Al igual que las confesiones amorosas, el perdón no está en la boca de nadie, pero flota durante toda la película. De este modo, se convierte en un arrepentimiento sincero, sobre todo, para ellos mismos.

La guionista israelí promete seguir profundizando en los intereses y problemas de la generación milennial. Esta vez, con la cara y la voz de Eliheva Weil en All Eyes of Me. Así, se une a la constelación de directoras de retratos intimistas y naturalistas como Emma Seligman, con Shiva Baby, o las galardonadas Greta Gerwig y Michaela Coel, entre otras. Estas cineastas describen dispares experiencias, en su mayoría autobiográficas, bajo los parámetros del coming-of-age. Mediante protagonistas femeninas, usualmente representadas por ellas mismas, expresan su única certeza: su incierto papel en el mundo. Esta perspectiva ante el panorama audiovisual, que poco a poco abre la puerta a las mujeres, reivindica un punto de vista diferente y necesario. De esta forma, el desconocimiento se descubre empoderante y esperanzador para la evolución que el cine lleva años demandando.