Rosana G. Alonso
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Con la versión restaurada de la película Crash, de David Cronenberg, recorremos sus singularidades desde la actualidad

Crash | StyleFeelFree
Imagen de la película Crash (1996) | StyleFeelFree

Ambientada en un extraño e inquietante mundo de inmensas autopistas, Crash es la película que aúna con más precisión todas las obsesiones de David Cronenberg. El cuerpo, la tecnología, la ciencia, el deseo y la mente humana en una espiral que busca trascender la existencia terrenal. Todo esto se ve fundido en una cinta en la que, la pareja protagonista, parece sentar las bases de las nuevas relaciones de un futuro cercano. Inmersa en una lógica de posesividad, el cine ha abusado, y sigue haciéndolo, de una construcción de la pareja basada en roles sociales aislados de sus entornos. El cineasta de El almuerzo desnudo, inspirado en la novela de J.G.Ballard, derriba, para empezar, esos muros. Tanto los de la comodidad y seguridad; como los del apego y la posesión. En estos términos, el filme se puede entender como un manifiesto que desacraliza el amor, liberándolo de sus ataduras.

Solo por esa concepción de las relaciones de pareja, que quizás se entiende mejor hoy que ayer, Crash es una de las películas más fascinantes (y eróticas) de todos los tiempos. Su visión posmoderna del placer no busca únicamente la embriaguez de un encuentro fugaz, sino que pretende superar la vacuidad de la vida. Los personajes deambulan como noctámbulos en una atmósfera de continua y asfixiante crisis existencial. Y en este clímax desencantado, de excitación momentánea, singularmente, el éxtasis de la muerte puede liberarlos de la carga de su corporalidad. La perspectiva de la muerte, se convierte, de esta manera, en sinónimo del orgasmo. Ambos representan lo desconocido y la desconexión en un mundo hipertecnificado. En este sentido, Cronenberg vuelve nuevamente, como en Videodrome, a buscar la forma de desconectarse, mostrando una relación ambivalente con la tecnología. Es el encuentro entre Eros y Thanatos el que posibilita el renacimiento.

Por supuesto, la otra gran virtud de Crash la encontramos en su visión de las corporalidades. Aunque el culto a la belleza es evidente, también se busca reventar ese ideal de perfección, que vuelve, nuevamente, a encajar con los paradigmas de hoy. Los cuerpos llenos de cicatrices se descubren como cuerpos deseables. Llevamos algún tiempo aceptando y dando visibilidad a otras formas de presentar el cuerpo. Pero en los noventa, cuando se presentó Crash, esto era poco más que una blasfemia. Unido a esto, su enorme potencial sexual, la convirtió pronto en una película inexcusable, que dividió a la audiencia. Quizás esto la perjudicó en parte, porque difícilmente se podía divisar el gran desafío de esta cinta. Enseñarnos a mirar el estrecho margen que se divisa entre la vida y la muerte. Allí, el amor liberado de su esclavitud, que solo busca complacer a su amadx, es alegato de libertad.
 

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