Guillermo A. Búrdalo
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Iván Zulueta relata, en ‘Arrebato’, un viaje psicotrópico que sirvió de prólogo para el nuevo cine que surgió en la década de los ochenta

Arrebato | StyleFeelFree
Imagen de la película Arrebato | StyleFeelFree

“No es a mí a quien le gusta el cine, sino al cine a quien le gusto yo” comenta el protagonista de Arrebato al comenzar la película. Así arranca la segunda y última película de Iván Zulueta, en la que retrata la obsesión de los realizadores por encontrar la película perfecta. Estrenada en 1979 es hija de su tiempo, un momento atravesado por la transición cultural. Una cinta que estableció el cambio a punto de comenzar a nivel cultural tanto en el cine, como en la música, como en el resto de artes. Poco comprendida en su estreno, acabó convirtiéndose en película de culto, ayudando a establecer una serie de temas que serían clave en las décadas siguientes.

Aquí, Zulueta establece tanto sus preocupaciones como sus obsesiones. Un viaje que bien podría ser autobiográfico ya que sus dos personajes masculinos podrían ser una extensión suya. Por un lado está José, que trata de poner en rumbo su vida a través de sus películas. Por el otro encontramos a Pedro, obsesionado con el ritmo cinematográfico y tratando de encontrar la esencia del cine. Ambos podrían ser una sola persona porque los dos se refugian en las drogas para experimentar su realidad. Pero mientras José consume para evadirse, Pedro solo consigue ser él mismo al hacer uso de estas. Por otra parte, el personaje de Ana bien podría reflejar las pasiones del director. Puesto que funciona como imán para José. Para él es como una droga. Por mucho que intenta rechazarla, está enganchado.

El realizador recurre en Arrebato a una paleta de color sencilla compuesta de rojos y blancos, sus pasiones. En la propia película nos señalan que el rojo es la pasión. En contrapartida, el blanco es la pureza, la inocencia. Y al combinarlos en un mismo espacio, o una misma persona, esto genera deseos profundos. Lo vemos en Ana maquillada con labios y uñas rojas y vestida de blanco. Ella viene a representar aquello que José desea y rechaza al mismo tiempo. Con estos colores muestra la visión que el director tiene del mundo, un lugar que rechazamos, pero que a su vez queremos conquistar.

Jugando con los códigos del cine de terror, Zulueta nos ofrece una historia sobre vampirismo, aunque con una visión más contemporánea y compleja. De hecho, el uso del vampiro canónico solo lo encontramos en el arranque, y dentro de otra película. Igual que ocurre en el cine de Cronenberg, es la tecnología la que se nos presenta como el monstruo que absorbe la vida. A través de la personificación que representa la cámara observamos cómo la obsesión de ambos personajes acaba consumiéndolos. Como si se tratase de un vampiro chupándoles la sangre. Estamos ante una película sobre qué es el cine, y sobre cómo los realizadores, al obsesionarse con él, pueden llegar a ser devorados. Y es a través de sus personajes, vistos a través de una cámara, como nos narra este viaje hasta la psique del ser humano.

Por lo demás, este filme sirvió de paso entre el franquismo y una nueva era. Muchos de los asuntos de los que se hablaron después, ya habían sido tratados aquí. Cabe destacar el cine quinqui que encontró sus bases en su retrato, de una forma muy viva, de la adicción a las drogas, sin ninguna censura. En el propio Almodóvar pueden apreciarse muchas características que darán prestigio a su cine, como el tipo de personajes o el uso del color. Asimismo, la música original de Grupo Negativo, establecería el panorama musical posterior que caracterizará a toda una década. Además se pone de relieve a actores fetiche del cine español como Luis Ciges. Este da paso a toda una nueva generación de actores entre los que destacan Eusebio Poncela y Cecilia Roth. Por eso, no es solo una de las películas clave del cine español, sino de toda la cultura de la transición.
 

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