Óscar M. Freire

Los hermanos Ross se desenvuelven con soltura en el documental ‘Bloody Nose, Empty Pockets’ dando voz a los fracasos de Norteamérica

Bloody Nose Empty Pockets | StyleFeelFree
Imagen de la película Bloody Nose, Empty Pockets | StyleFeelFree

Hay cinco intertítulos que concentran perfectamente lo que Bloody Nose, Empty Pockets representa. Son: “Todos tienen manos ganadoras”, “Fue bonito mientras duró”, “Cuando se puso el Sol y sonaba la música”, “Bicho malo nunca muere” y “Déjate caer”. Un compendio de enseñanzas, reflexiones y alegatos que los curiosos parroquianos del bar Roaring 20’s farfullan entre copa y copa. El cierre de su templo supone la última excusa para reunirse y brindar por el lugar que les convirtió en familia. El momento idóneo para emborracharse de nostalgia, lamentaciones, seducciones y despedidas ante la intrusiva mirada de los hermanos cineastas Bill y Tuner Ross.

Igual que hacían los personajes de The last Picture Show, de Peter Bogdanovich, en la ficción, aquí también se lleva muy dentro la procesión. Un adiós a su refugio, a una era, a una comunidad creada a base de quejumbrosas juergas y confesiones en las sombras. Al fracaso y el arrepentimiento, común e individual, tras perseguir, como cantaba Sabina, el mar en un vaso de ginebra. Pero la singularidad se halla en la naturaleza documental de sus secuencias. Aunque algunas hayan sido cuidadosamente preparadas y construidas con un montaje de continuidades espacio-temporales, los personajes, que comienzan interpretándose a sí mismos, se desnudan al ritmo que vacían sus cervezas. Los testimonios son veraces y por ello amargos. Son, generación tras generación, los grandes perdedores del hollywoodiense sueño americano, telón de fondo televisivo en cada rincón de este antro.

Con las cartas sobre la mesa, la cercanía de su puesta en escena y la manipulación velada de algunas situaciones, el documental transmite bastante verdad. Esencialmente alrededor de Michael, el carismático sin techo que duerme en el bar, y su intento por ejemplificar sus desgracias. La política, la memoria y la desolación futura son sus vergüenzas, y en una mínima parte, las de todo un país. Pese al humo, las drogas y los tacos, ni este bar ni sus afiliados encajan en la ciudad del pecado, Las Vegas. Son exiliados nostálgicos, condenados por el capitalismo a lamerse sus heridas con ebrias y exageradas risas. Un documental, en conclusión, que muestra con pesimismo la cara oscura de los Estados Unidos. La única esperanza que queda es la certeza de que ninguna resaca podrá borrar el final de este santuario, que desde ahora. quedará filmado.