D. Díaz

Adentrándose en la inestabilidad que trae consigo la desestructuración de la familia, Florian Zeller dibuja, en ‘El hijo’, un triángulo de personajes marcado por la desolación

El hijo | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película El hijo | StyleFeelFree. SFF magazine

Según los estudios, si tus padres optaron por separarse, es más probable que tu matrimonio acabe de la misma manera. Durante los últimos años, Estados Unidos ha experimentado un incremento en su tasa de divorcios. Con un tema tan a la orden del día, es normal que surjan cada vez más largometrajes que se pregunten las causas de dicho fenómeno. En medio de este contexto, El hijo desarrolla un triángulo de personajes parcialmente condicionados por el pasado. Concretamente, se trata del bagaje familiar del protagonista —interpretado por un brillante Hugh Jackman— el que marca la pauta de los acontecimientos. Peter, después de divorciarse de su mujer y dejando a su hijo adolescente al cuidado de esta, decide empezar una nueva vida. Su falta de perspectiva le impide contemplar la magnitud de las consecuencias de este acto.

Abandonar a su familia supone la acción que detona el desarrollo del conflicto principal. Sin embargo, El hijo no pretende culpar a nadie. Asimismo, logra escapar del maniqueísmo que hubiese supuesto declarar “está mal lo que has hecho” y quedarse tan ancha. Es más, el comportamiento de Peter se exime a través de revisar su relación con su propio padre. Para este papel, Florian Zeller vuelve a contar con un soberbio Anthony Hopkins que, pese a ocupar diez minutos en pantalla, se cubre de un carisma indiscutible. Además, su personaje sirve para explicar que, cuando has tenido un padre horrible, resulta difícil educar a un hijo. Al final del día, Florian consigue un complejo estudio psicológico sobre las causas de la desestructuración familiar. Entonces, ¿cuáles son las consecuencias?

Es aquí donde entra en juego el papel de Nicholas, el hijo de Peter. Un rol que, igual que un chiquillo berreando en el súper, consigue atraer la atención de la obra, tal vez, sin merecerla. Su padre ha intentado revertir esa conducta que ha heredado a nivel cultural y, aun así, no puede evitar el sufrimiento del joven. La gran diferencia entre ambos es que, pese a que Peter tampoco tuvo un buen referente paterno, supo sacudirse el polvo y seguir adelante. Por su parte, Nicholas no parece encajar el divorcio de sus padres. En esencia, su rol nos habla de la que tan despectivamente se ha denominado como “la generación de cristal”. Una generación aparentemente incapaz de lidiar con los problemas externos y que, como último refugio, se echa a llorar en el rincón más pequeño posible.
 

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