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Todavía más arrollador que Beginning, el segundo trabajo de Dea Kulumbegashvili, ‘April’, que pasó por Venecia 2024, es un eminente tratado de la experiencia física que rodea la vida de las mujeres
Impactante experiencia física, April, el nuevo trabajo de Dea Kulumbegashvili, cuyo estreno mundial tuvo lugar en la Competición de Venecia, aborda temas como el aborto que podría derivar en la redundancia, pero no lo hace no solo por su efusividad formal, sino porque le sirve a la georgiana para hablar de la dicotomía entre la vida y la muerte, así como de los procesos identitarios. Autores como Cristian Mungiu o Audrey Diwan se aproximaron en pantalla a esta cuestión, si bien, no se salieron de ahí, salvo para manifestar, más en el caso de Diwan, una conciencia política que expresa la voluntad femenina de decidir sobre su cuerpo.
Aunque polos opuestos a la hora de articular la narrativa, ni Mungiu ni Diwan se fueron por las ramas. Diwan desde un formalismo poco innovador y Mungiu, más excelso en las tomas y de implacable mirada al abuso que no puede evitar cierta condescendencia hacia los cuerpos jóvenes, conjugando un lenguaje que es seña de identidad del cine de Europa del este. No obstante, ambos cosecharon algunos de los premios cinematográficos más codiciados a nivel internacional. En el caso del rumano su 4 meses, 3 semanas y 2 días le valió la Palma de Oro en Cannes, en el 2007, y tras esto una retahíla de reconocimientos sucesivos. Igualmente, la cineasta francesa obtuvo el León de Oro en Venecia, en el 2021, por El acontecimiento, una película más inminente en el contenido que en la forma y su segunda factura como realizadora.
En cambio, April, finalmente, tuvo que conformarse con un Premio Especial del Jurado del último certamen del Festival de Venecia, cuando era la propuesta más valiente y exultante de la Competición. Lo era (lo es) en su modo de pronunciar un discurso velado por su inminente necesidad de destapar la psique colectiva e individual. En este sentido, y desde lo específico, este filme perfila el retrato de una mujer que, más que heroína parece tener un complejo mesiánico visible en su aflicción, su gestualidad, sus impulsos, su modo de desobedecer para ser fiel a sí misma. La caleidoscópica mirada de Kulumbegashvili y su perspicaz modo de penetrar en lo tangible, unas veces convocando a los cuerpos, otras a los símbolos de insondable misterio, otras a la imagen capaz de hacer estimulantes asociaciones que dan una inesperada cadencia al metraje, es la constatación de que el cine que hará historia es el que franquea lo mundano para convertirlo en sagrado. Y para demostrar esta teoría, April despliega en su dispositivo una invitación al espectador emplazándolo a entrar en el juego, a seguir las pistas, a resolver misterios que, más que descubrir algo, pretenden hacer notable lo que siempre estuvo presente.
En el relato, que se va abriendo paso entre sombras, Nina, interpretada por Ia Sukhitashvili, que vuelve a trabajar bajo las órdenes de Kulumbegashvili con una compostura admirable, es una obstetra que hace abortos clandestinos. Con ello, su directora no quiere denunciar una situación política que castigue o persiga el aborto, sino dejar constancia de a quienes pertenece la voluntad y, en última instancia, los cuerpos de las mujeres en sociedades abiertamente patriarcales. Según las leyes georgianas es posible interrumpir el embarazo en las 12 primeras semanas de gestación. Pero, en la práctica, en las comunidades rurales empobrecidas, generalmente aferradas a un cristianismo ortodoxo, el procedimiento de interrupción es algo muy mal visto. De ello deja constancia la cámara en una escena en la que Nina le da píldoras anticonceptivas a una mujer muy joven que no quiere, ni puede, permitirse quedar embarazada. Es algo que tiene que quedar entre ellas, en el secreto más absoluto, bajo pena de consecuencias negativas para ambas.
Nina tiene conciencia de estas realidades y, aunque no sabemos cómo ha perfilado este compromiso inquebrantable con las mujeres, ello no crea ninguna discordancia en una trama que es bosquejo de contingentes enunciados que atañen a los cuerpos. Para arrancar este ensayo de la condición femenina y la resistencia necesaria para enfrentar el precepto social, la proyección comienza reflejando en la oscuridad a una criatura extraña, un espectro de visible apariencia femenina y envejecida que sorprende por su atmósfera visual y sonora, así como por su aparente proposición. Ser la tiniebla que asola a su protagonista. Por eso, para escapar de esta oscuridad que la persigue Nina hace sacrificios personales y arriesga todo para servir a un mandato interno que la pone en una condición de vulnerabilidad extrema. Y por ello mismo, a veces también se entrega a sus desafiantes pasiones internas que la vuelven terrenal y carnal, entregada al deseo fisiológico que busca más la purga que la satisfacción, una forma de expiar su presencia y aceptar el fatal destino que la persigue.
Como en Beginning, la violencia es indisociable de la vida y por eso hay escenas muy duras. Pero, sin duda, las más difíciles de ver son las de un parto y un aborto en tiempo real que retan al espectador a mirar fijamente a la pantalla adquiriendo el punto de vista de su protagonista. Ningún otro cineasta ha llegado tan lejos en su interés no solo por mostrar los procesos vitales y la muerte en una tensión existencial, sino de hacerlo a través de un personaje que, poco a poco, va deslizándose por la pantalla hasta quedar en los resquicios del encuadre. Lo hace porque más allá de los individuos, lo que realmente importan son los cuerpos. Cuerpos maltratados por las dinámicas que los sentencian a estar a merced de vidas que no pueden manejar.
Nada es gratuito en April. Los planos largos, y en contraste, los diligentes y extasiados travellings, advierten de vidas al límite y, al mismo tiempo, condenadas a ser naturalezas muertas que observan, a pesar de todo, la misteriosa magnificencia que Arseni Khachaturan, el director de fotografía, captura desde un esplendor romántico repleto de cierta oscuridad por el halo que permea la toma. Y es que la belleza sigue colmando la existencia, agasajándola con sus inescrutables enigmas. Cómo la película sostiene y engarza todos estos elementos contradictorios no deja lugar a dudas de los milagros que obra. Y esto es un rara avis, muy real, en los tiempos que corren con tantos falsos profetas.