Rosana G. Alonso
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Si la ópera prima de Valdimar Jóhannsson, ‘Lamb’, es extraordinaria, lo es es porque evita lo superfluo dejando respirar a una historia tan sencilla como original

Lamb | StyleFeelFree
Imagen de la película Lamb | StyleFeelFree

La primera escena de Lamb es esclarecedora. Matizada por una atmósfera densa y brumosa, la vida animal, fuera de la casa, se revela con turbadora voluntad estremecedora, ocupando un lugar principal. Después, la cámara se mueve hacia el interior para presentar a la pareja que conforman María e Ingvar. Llenos de anhelos y una desazón visible en el rostro de ella —espléndida interpretación de Noomi Rapace—, parecen dominar el entorno. Al frente de una granja de ovejas, comparten todo. Un trabajo duro en un entorno a veces hostil, una vida de renuncias; y a pesar de ello, una satisfacción compartida. La de ver un proyecto prosperar que exige un esfuerzo físico considerable pero que tiene sus recompensas. Dominando el mundo natural, se creen con la potestad de decisión, de todo a su alrededor, para tratar de hacer más soportable la vida. Pero la madre naturaleza mantiene sus principios inquebrantables.

Con una arrolladora luz y una perturbadora niebla que lo impregna todo, la película islandesa tiene una solemnidad inigualable apoyada por inquietantes elementos visuales y sonoros. Sabiéndose con el cometido de ser fábula con moraleja nos enseña a mirar la naturaleza, recurriendo al suspense para orientar la mirada. Hay un estudio premeditado en cada gesto y encuadre para que no desviemos la atención. Gestos de animales humanizados y seres humanos arrogantes que buscan su satisfacción a costa de lo que sea. Pero como esclarece Valdimar Jóhannsson, director de este tenebroso cuento nórdico, “en un mundo en el que casi todo se puede conseguir, no debemos olvidar que no podemos luchar contra la naturaleza ni escapar de nuestro destino”. Sobre esta afirmación hay dos premisas claves. Una de ellas es que todo está a nuestro alcance. La otra es que a pesar de ello, el misterio de la vida se impone.

Si la ópera prima de Jóhannsson cautiva es porque evita lo superfluo dejando respirar a una historia tan sencilla como original. Con un elenco animal digno de todos los premios actorales imaginables, mantiene un equilibrio extraordinario. Entre la tragedia y ciertos elementos que resultan cómicos, entre la ternura y la violencia por defender algo que se cree es intransferible, entre el esplendor de la vida y su cara más amarga. Insólita cinta que nos enseña a ser más receptivos con el entorno, a pensarnos como parte de la naturaleza, a darnos cuenta de que la felicidad no puede ser a expensas de otros. En un momento cinematográfico espléndido para el cine fantástico y de terror Lamb mantiene el pulso entre el efectismo y la clarividencia que escucha y observa. Una película nítida que preserva una lucidez e intuición necesarias para situarla, muy probablemente, como la cinta más sorprendente del año.

Tras una temporada en la que el cine de terror empieza a saberse con la facultad de enunciar los discursos contemporáneos más urgentes, Lamb enciende todas las luces y capta todas las miradas. Por saberse con la osadía no solo de transgredir, sino de iluminar. No solo de cuestionar, sino de esperar una respuesta por nuestra parte. Pensemos entonces en por qué cada vez más gente interactúa menos con lo humano y busca confort en un mundo animal al que no se le deja serlo. Un mundo animal domesticado para nuestro confort. Estamos capitalizando todo a nuestro alrededor. Nos quejamos del mundo actual, pero no hacemos más que fomentar prácticas egoístas que solo piensan en nuestra satisfacción primera e inmediata. El debate que deja tras de sí Lamb es muy fecundo para ver hacia dónde vamos y si sabremos luego estar a la altura de las consecuencias de nuestras decisiones.
 

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