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Tras el reestreno de Crash, de David Cronenberg, analizamos algunas de las más recurrentes obsesiones del cineasta: el control, el deseo, el inconsciente, el cuerpo, la tecnología y la ciencia
Hay una célebre cita de Herman Hesse, extraída de Demián, que resume la obsesión de David Cronenberg por la autodestrucción como forma de renacimiento. “El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer, tiene que romper un mundo”. Bajo este aforismo, el cuerpo tiene que ser capaz de liberarse de todo el control al que está sometido socialmente. Pero como es imposible, en un acto romántico y existencialista, de impenetrable belleza, busca la forma —inconscientemente— de sabotearse. Prácticamente, esta idea se podría aplicar a toda la filmografía del canadiense. Desde sus primeras películas, bien sea a través de parásitos, virus, o el propio cuerpo renegando de su yo-interno, ha ido diseñando una forma de sublevación a ese cascarón-mundo insoportable, al que algunos teóricos, como el marxista Fredic Jamesson, le han responsabilizado de todas las atrofias y pesadillas que padecemos en el nuevo sistema mundial multinacional.
Vista desde una perspectiva contemporánea, el interés que suscita David Cronenberg hoy está relacionado con su forma de abordar el yo como un monstruo, producto de una realidad acuciante. Lo cierto es que si el sujeto ya estaba en crisis, en los últimos años se ha incrementado su malestar. Por una tecnología que al mismo tiempo que nos aliena, también enmascara sus deformidades. Nos estamos convirtiendo en tecno-humanos, y como tal, no percibimos la monstruosidad de una red de control mental sin precedentes a la que creemos pertenecer. En este sentido, Videodrome describe nuestro entorno si entendemos que la cinta representa un modelo de manipulación llevado a cabo por fuerzas corporativas y colonizadoras. Si esto lo aderezamos con virus y bacterias utilizados deliberadamente para someternos, tenemos una partitura que conduce a todo tipo de teorías conspirativas. Tal vez estas no pueden explicar la realidad fehacientemente, pero encuentran caminos para interpretarla.
Entre la dialéctica del control y el deseo, morir es un acto de heroísmo
En todo este entramado, el cuerpo, sus fluidos y misterios son el enemigo, el ‘otro’, que viene a sabotear un mundo hipercontrolado. A través de iconos fálicos, hendiduras cuasi-vaginales, o vaginas que sirven de salvoconducto para desatar el caos, la realidad se descompone en un lugar de transgresión. Rabid es uno de los mayores exponentes de este fenómeno junto a The Brood, con ese personaje femenino tan atemorizante, que es capaz de engendrar monstruos. El cuerpo interior, con sus instintos y pasiones, es, siempre, un espacio de afección que genera ansiedad. Por eso, morir es un acto de heroísmo que nos libera de una existencia devorada por el control, o corrompida por el exceso y el impulso depredador. La última escena de Videodrome es muy elocuente a este respecto.
-[Max] Deseaba que volvieras
-[Nicki] He venido para guiarte, Max
-He aprendido mucho desde la última vez que te vi. He aprendido que la muerte no es el final.
-Puedo ayudarte.
-No sé dónde estoy ahora. Me cuesta familiarizarme con esto.
-Porque has llegado lo más lejos posible, tal y como están las cosas. Videodrome sigue existiendo. Es muy grande y complejo. Les has hecho daño, pero no les has destruido. Para hacerlo, tendrás que pasar a la fase siguiente
-¿Qué fase?
-Tu cuerpo ya ha sufrido muchos cambios… pero sólo es el principio, el principio de la nueva carne. Tienes que llegar hasta el final ahora. La transformación total. ¿Crees que estás preparado?
-Supongo que sí. ¿Cómo lo hacemos?
-Para convertirte en la nueva carne, primero debes matar la vieja. No tengas miedo. No temas dejar morir tu cuerpo. Ven conmigo, Max. Ven con Nicki. Mira. Te diré cómo es. Es fácil.
-¡Larga vida a la nueva carne!
Exploración del inconsciente
La influencia que la obra de William Burroughs ha ejercido en David Cronenberg es bien conocida. Su admiración lo ha llevado a crear obras que buscan una conexión onírica directa con instintos y asociaciones inconscientes. Dos claros exponentes de esto son Videodrome y El almuerzo desnudo. Esta última, muestra la capacidad del cineasta para hacer latente el poder simbólico de la imagen, en una adaptación de la obra homónima de Burroughs que supera a la novela. En un juego de metáforas y de surrealismo virtuoso, esta cinta entra de lleno en el desorden de identidades por indagar.
Existe un compromiso del artista como explorador de la mente y transgresor de una imagen que recurre al surrealismo para poner orden al caos. Los medios de comunicación vuelven a ser, aquí, una fuerza amenazante e intrusiva, que buscan manipular y moldear. Y en esta ecuación, lo humano sobrevive por medio de una monstruosa vida externa. Ello viene a ser desastroso para mantener la cordura en un mundo alucinado. ¿Qué es real o imaginado? Continuamente nos preguntamos cuáles son los límites entre uno y otro estado. Y por consiguiente, ¿quién es el responsable del desorden? En realidad este caos le sirve, precisamente, para entrar de lleno en los resquicios de la mente, y explorar sus deformidades.
Nuevamente, la única posibilidad que se vaticina es la muerte, inevitable para salvarnos del horror, y dejar paso a la nueva carne. La nueva carne, anuncia, en realidad, un grito de libertad que nos despoja de nuestra materialidad, despojándonos del peso de una existencia marcada por condicionantes sociales que integramos como propios, arrastrándonos al vacío de la existencia. La filmografía de Cronenberg, a menudo, ocupa un terreno de viscosidad, donde se confunde el dolor con el placer, para superar el estadio de lo meramente corpóreo.
Tecnología, ciencia y razón
Si el cuerpo es uno de los pilares de la obra de David Cronenberg, el otro es la ciencia y la tecnología. El cuerpo representa, en su imaginario, un peligro. Mientras tanto, la tecnología y la ciencia encarnan un medio para transcender los apetitos más primarios de lo humano. De ahí que por ejemplo en Crash la simbiosis entre cuerpo y máquina se vaticina como una promesa. El cuerpo anhela ser tan perfecto como la máquina. Por eso, aspira a dejar de ser, para ser instrumento. Esto es, tecnología y razón. Porque el problema, vuelve a ser la viscosidad del ser. Y es preciso dejar paso a la nueva carne, aquella que nos convierte en el engranaje perfecto de un mundo tecnificado. Aquel que entra de lleno en el reino de lo post-humano. El nuevo arte, que explora en la idea de contemporáneo, está inspeccionando estas tesituras del futuro más cercano.