Juanma Bajo Ulloa hace gala de su estilo más personal en la oscura historia en clave de fábula que cuenta ‘Baby’

Baby | StyleFeelFree
Imagen de la película Baby | StyleFeelFree

Entre botellas vacías y montañas de basura, una joven adicta, sin apenas poder mantener el equilibrio, da a luz encima de una mesa. Con esta escena comienza Baby, la última producción del vitoriano Juanma Bajo Ulloa en la que nos guía por su particular universo. Una historia sobre el amor materno y el dolor más visceral. En este filme, el cineasta parece retomar el espíritu especialmente presente en sus películas Alas de Mariposa y La Madre Muerta. Así, en su retorno a la dirección, se aventura con una intensa propuesta estética para construir una ambientación atrapante y reminiscente de la literatura fantástica. La cinta se centra en la crudeza de los cuentos clásicos, aquellos relatos de tradición oral como los que recopilaron los Hermanos Grimm hace siglos. Sin abandonar esta retórica, Bajo Ulloa aprovecha para realizar crítica social de forma sutil y a través de un sinfín de metáforas visuales.

Desde el primer fotograma, el filme nos introduce a un entorno recargado y angustioso. Baby no teme abusar de lo grotesco, y tampoco falla en justificar sus decisiones artísticas. El vigor de la película reside en su actitud determinante, en su constancia a la hora de proponer algo y explotarlo al máximo. A través de esta especie de radicalidad, el director, lejos de resultar pretencioso, demuestra confiar en el intelecto del espectador.

Además, cabe destacar cómo Bajo Ulloa se asiste de la belleza y la fascinación que ofrecen los paisajes naturales del País Vasco. De hecho, la fauna y la flora desempeñan un papel sumamente importante. Casi tanto como el elemento humano de la cinta. La elección del realizador de desposeer a los intérpretes de comunicación oral es deliberada, pues así les pone al mismo nivel que a las bestias. Prácticamente reducidos a salvajes, los personajes parecen guiarse únicamente por sus instintos primarios. Y al final solo queda ruido, onomatopeyas y la banda sonora de Bingen Mendizábal.
 

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