Rosana G. Alonso
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‘La Llorona’ resulta extraordinaria en el ángulo que ofrece Jayro Bustamante, buscando proyectar los papeles femeninos para otorgarles un estatus que crece a medida que la cinta llega a su fin

La llorona | StyleFeelFree

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En América Latina La Llorona es una conocida leyenda. Está centrada en el dolor y la desesperación de una mujer que vaga por el mundo como un alma en pena, después de tomar una decisión equivocada por la que tendrá que pagar con una vida eterna y errante. Narra la historia de una indígena que, abandonada por su marido, no renuncia a una vida propia, teniendo dos hijos fuera del matrimonio. Pero cuando este anuncia el regreso, ahoga a sus retoños para recuperar su estado de casada. Sin embargo, no soportará la culpa y acabará suicidándose. Desde entonces, quedará atrapada en el mundo de los vivos, llorando y buscando a sus dos hijos. Según expresa la leyenda, aquellos que escuchan su llanto es porque merecen ser castigados. Es la condena impuesta por un dios que, en el mito moralista de La Llorona, castiga la inmoralidad imponiendo la culpa.

El mito de La Llorona versionado por Jayro Bustamante, uno de los cineastas más interesantes de una cinematografía que desde América Latina está mirando a su fuero interno, se transforma en una película que combina el suspense y el terror para explicar la historia reciente de Guatemala. Con Enrique — interpretado por Julio Díaz—, personaje central del argumento de La Llorona, Bustamante parece revivir a Efraín Ríos Montt, un político y militar guatemalteco que lideró el período más sangriento de la historia del país entre 1981 a 1983. Es a través de él, en cambio, que proyecta los papeles femeninos para otorgarles un estatus que crece a medida que la cinta llega a su fin. Sobre ellos recae un mea culpa que no les corresponde y que por ello mismo, los realza en un extraordinario engranaje de piezas sueltas muy bien articuladas.

Tercera película de un tríptico del insulto que comenzó con la excepcional Ixcanul, protagonizada por María Mercedes Coroy que aquí personifica a La Llorona, este filme busca trascender la realidad poniendo de relieve el silencio. La mirada cobra entonces un papel muy importante como hilo narrativo, que conduce la propia mirada del espectador. Tras Temblores, filme que se cruza con este al volver a retratar el lacerante clasismo y las distintas capas que tejen el tejido social guatemalteco, Bustamante renueva el lenguaje fusionando géneros que se eclipsan en un desenlace abrumador. Un final que cierra con un broche de oro un trabajo que es respetuoso con los personajes femeninos, buscando ofrecer ángulos que arrinconan a ese producto del patriarcado más atroz que es Enrique. Un militar que busca la forma de mantener su autoridad y su falacia, mientras Jayro Bustamante juega a desmontarlas continuamente, para hacernos ver una verdad.
 

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