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Obra de madurez de una Pilar Palomero más sosegada y reflexiva, ‘Los destellos’ es también un canto a la vida que mira de frente a la muerte, para quitarle toda su gravedad
La muerte, esa palabra tabú que cuesta digerir y comunicar, encuentra un lenguaje en los recientes trabajos de cineastas españoles que estos días están presentando sus películas en San Sebastián. Algunos de ellos, después de resultar flamantes ganadores de festivales tan prominentes como el de Venecia. Allí, Pedro Almodóvar se alzaba con el León de Oro con el que ponía el broche de oro a una carrera muy reconocible y admirada en todo el mundo. También Carlos Marqués-Marcet resultaba triunfador en la sección competitiva Platform del Festival de Toronto. Curiosamente, ambos proyectos se centraban en la eutanasia y distan mucho de la perspectiva de Pilar Palomero a la muerte en Los destellos, su último trabajo. Ella la enfrenta, muy distanciaba de la mirada sombría que le otorgó Fernando Franco a Morir, como alguien que ha atravesado un duelo reciente, el de su padre, desde un enfoque que busca alcanzar la luz. Lo hace a través de las sombras, inevitables, que proyectan las ausencias que se pueden asimilar cuando hay un preaviso y unas ganas de salir adelante, de continuar con los propios procesos vitales con los que también se honra a los que ya no están.
Delicado trabajo de madurez y serenidad, con Los destellos Pilar Palomero parece haber llegado a un momento en su trayectoria más reflexivo y concienzudo. Sin el vértigo ni la necesidad de énfasis en lo meramente real que dejó tras de sí una filmografía hiperrealista en el caso de La maternal, y con cierto grado de ingenuidad en Las niñas, ahora avanza firmando un trabajo que, con toda su levedad, condensa un ensayo sobre los procesos vitales amparados por la necesidad de cuidarnos y saber mirarnos. Excelente enfoque que captura esos destellos a los que hace alusión el título y que es una readaptación de una novela corta, Un corazón demasiado grande, de Eider Rodríguez.
Cuando casi todas las adaptaciones que estamos viendo últimamente suelen conservar el título del que parten, Palomero lo cambia deliberadamente para convertir un relato ajeno en algo propio. Excelente iniciativa que nos recuerda que toda obra, sea de la índole que sea, pertenece al que la ve, la lee, la escucha, la atiende. Es decir, al receptor que va a amoldarla a sus vivencias. Por eso, una vez que la obra toma el vuelo, desligándose de su tutor, el autor desaparece cuando la unidad está bien y no hay máculas que señalar. Eso es lo que confiere una identidad tan marcada y de lucidez a Los destellos. En este último trabajo de Palomero, aún con la cercanía con la que afronta esta propuesta, llevándola a su terreno y sus lugares conocidos —Horta de Sant Joan y sus alrededores—, consigue también ponerse al margen para que el espectador pueda, asimismo, hacerla suya.
Siguiendo el transcurrir de la trama, en Los destellos, Ramón e Isabel han sido pareja y tienen una hija en común, Madalen. Isabel tiene un nuevo proyecto de vida con Nacho con quien parece estar atravesando un momento apacible y satisfactorio para ambos. Sin embargo, Ramón se está muriendo. La primera en ser consciente de la gravedad que atraviesa es su hija quien quiere pasar más tiempo con él. Pronto también su ex empieza a acercarse a su casa por petición de Madalen. Y entonces, la verdad sale a flote. Es una verdad que tiene que ver con la toma de conciencia de una situación. Y, al mismo tiempo, con la memoria, el peso de los recuerdos y la cadencia de las horas y los días.
Con interpretaciones que protagonizan Patricia López Arnaiz, Antonio de la Torre y Marina Guerola con una convicción sorprendente, el conjunto fluye de forma natural, con la certeza de que nuestro tiempo es efímero. Y que, con todo, como si Pilar Palomero en lugar de dirigir una película pintase una pintura que recuerda a la luminosidad de los paisajes de Matisse, es posible perseguir la luz, perseguir los destellos que deja a su paso dando sentido a la existencia. A pesar de las despedidas, o por ellas mismas, nos sujetamos a lo que merece la pena, para seguir celebrando la vida. Qué belleza y sabiduría hay en este filme tan lleno de paz, de cuidado, de amor y de esperanza.