- Athina Rachel Tsangari, directora de ‘Harvest’: «Tal vez sea el fin de una era cada día» - 6 diciembre, 2024
- Matthias Glasner, director de ‘Dying’: «No me interesa hacer películas sino experiencias en vivo» - 1 diciembre, 2024
- Runar Rúnarsson, director de ‘When the Light Breaks’: «Veo que las mujeres tienen hermandad» - 27 noviembre, 2024
Fundación Mapfre alza un colorista puente entre el siglo XIX y el XX bajo una mirada que busca la amplitud del fauvismo, uno de los movimientos más radiantes de la historia del arte moderno
Los años de la fiera expresión del fauvismo [término derivado de fauve, fiera en francés] quedaron determinados por un corto período que bien podríamos situar entre 1905 y 1907 cuando el color se volvió enunciado de uno de los períodos más felices de la historia del Arte, antesala de las guerras que insospechadamente sacudirían Europa, trastocando con ellas la concepción misma del Arte. Sin embargo, para entender un estilo con demarcaciones difusas que en cambio acabó tomando forma identitaria cuando comenzaba a extinguirse, la propuesta de María Teresa Ocaña, comisaria de la exposición Los Fauves: La pasión por el color , en Fundación Mapfre, se centra no tanto en acotar y fijar el fauvismo en torno a ideas a posteriori, sino en plantear un recorrido que aquí comienza en 1898 cuando las ideas de Seurat compendiadas por Signac en De Eugène Delacroix al Neoimpresionismo (1899) invitaban a seguir investigando en las posibilidades cromáticas. Por ello, el sinuoso trazado que puede verse en la sala de Paseo de Recoletos, no deja lugar a dudas de su intención. No interferir en la historiografía fijada por analistas, dejando así al espectador la posibilidad de sacar sus propias conclusiones a través de un viaje que comienza a finales del siglo XIX y nos trasporta hasta 1909 cuando Grand nu assis (Gran desnudo sentado, 1909) de Henri Matisse coronó un final anunciado. Justamente cuando el fauvismo de cariz cubista divulgado por Braque y Dufy en 1908, ya aventuraba la nueva norma que situaba el color en un segundo cajón ordenado desde que Les demoiselles d’Avignon (Las señoritas de Avignon) de Picasso, cambiase las reglas del juego en 1907.
La visión que ofrece Mapfre en Los Fauves: La pasión por el color evita lo sintético porque indiscutiblemente franquear el fauvismo significa cruzar un puente que implica atravesar un siglo, el XIX, para llegar al siguiente, justo hasta meternos de pleno en el corazón de las vanguardias con un cubismo punzante. Ello no significa que no haya límites definidos y necesarios para fijar una tendencia determinada por los doce artistas que pasaron a ser los propios del fauvismo, aunque a su alrededor gravitasen otros nombres que también platearon inquietudes por el color amparadas por una lógica necesidad de superar la dialéctica impresionista y posimpresionista. Tal es el caso de Ramón Pichot, Francisco iturrino, Jelka Rosen y un incipiente Picasso como abanderado y apropiacionista de todas las corrientes artísticas surgidas en la primera mitad del siglo XX. Pero la historia oficial del fauvismo, casi siempre vinculante, dirige su mirada a un dodecaedro extasiado y triunfante de color, en casi todas sus caras.
Los doce del Fauvismo
Son doce y están todos. Los artistas que delimitaron el fauvismo, todos ellos franceses, a excepción del holandés Kees van Dongen, se manifiestan en esta muestra con un trazado coherente si atendemos a la historiografía revelada. Otra alternativa obligaría a que Le bonheur de vivre , de Henri Matisse, inamovible en la Fundación Barnes, fuese una pieza inexcusable. Sin poder mostrar la obra por antonomasia del fauvismo ya que esta recogía todas las preocupaciones del movimiento superadas tanto en la forma, como en el color, como en una temática obviamente posimbolista, sintomática de una visión pletórica de la realidad bajo una lente primitiva; y en cambio, con la posibilidad de contar un relato en profundidad que reúne 150 obras, arrastrando a más de ochenta prestadores, el trayecto que propone Mapfre no es solo una alternativa segura y honesta, sino que implica un esfuerzo considerable.
En esta exhibición nos encontramos con la obra de Henri Matisse, el mayor en edad del grupo fauvista, y que acabaría por ser reconocido como su máximo representante porque todo indica, si nos detenemos en sus relaciones interpersonales, que fue el vínculo central y su teórico, cuando el fauvismo ya estaba llegando a su fin. Además de otros singulares trabajos de su estrella principal, de Matisse se pueden ver algunas de sus acuarelas de 1905 en la pequeña población francesa de Collioure, que a todas luces buscaron formular un nuevo camino para el Arte que acabó encontrando junto a sus colegas. A Albert Marquet, Henri Manguin, Charles Camoin y Georges Rouault los conocería Matisse en el estudio de Gustave Moreau. A continuación se sumarían a este conjunto conocido inicialmente como el grupo Moreau o el grupo Matisse , Maurice Vlaminck, André Derain y Jean Puy con quienes interactuaría el autor de Figure à l’ombrelle (1905) en la academia Camillo a donde acudiría tras la muerte del maestro simbolista en 1898, un lugar en el que continuar el camino bosquejado por Moreau, junto a otro simbolista, Eugéne Carrière. Y finalmente, el grupo quedaría constituido con la presencia de los franceses de El Havre: Raoul Dufy, Émile Othon Friesz y George Braque, a los que se les uniría también el holandés Kees van Dongen. En París, a toda luz y color. La ciudad precisamente de la luz que viera nacer el impresionismo, antes de que la Torre Eiffel, símbolo de la ciudad, cambiara la percepción lumínica de los pintores.
De la experimentación a la ferocidad del color
Desde finales del siglo XIX y hasta al menos la Primera Guerra Mundial, París fue sin lugar a dudas el centro del mundo artístico, una ciudad acogedora de rebeldía que mostraba triunfante como un siglo después de la Revolución Francesa, conservaba intacto el sabor de la revolución. Los movimientos surgidos desde la Primera Exposición Universal de 1867 hasta la Gran Guerra, se suceden y amontonan hasta tal punto que lógicamente se contagian rozándose. Con el fauvismo, un movimiento que a penas fue consciente de su existencia hasta sus últimos años, gracias, como suele ocurrir, a la crítica que incluso siendo inoportuna puede crear identidad, no podía ser distinto. La clave de esta seña de identidad explotada luego hasta el delirio alucinado e infantiloide de las pinturas por encargo que Derain realizaría en Londres en 1906, la ofreció con cierta maleficencia el crítico Louis Vauxcelles al señalar las pinturas de estos fauvistas en ciernes, como fieras que resaltaban entre el blanco de dos esculturas de Albert Marque a quien comparó con Donatello con motivo del Salón de Otoño de 1905. Así la expresión Donatello chez les fauves [Donatello entre las fieras] quedaría inmortalizada otorgando además unidad a un grupo que poco después pasaría a estar a la zaga del cubismo llegando a su máxima expresión entre 1905 y 1907, cuando registran las obras más personales, exaltadas de color, y motivadas por los trabajos que el grupo de fauvistas realizaría generalmente al aire libre, en compañía unos de otros, en pequeñas poblaciones de la Riviera Francesa donde la luz se convertiría en un estímulo visual. Aunque también en el Havre o en los alrededores de París.
Estas obras de referencia entre las que destacan por su elocuente uso de la oblicua Le Faubourg de Collioure de André Derain, Le 14 juillet à Saint-Tropez de Henri Manguin o Route maraîchère de Maurice de Vlaminck realizadas en 1905 y que en la sala de Mapfre están recogidas en la sección Acróbatas de la luz, son lo suficientemente originales ya no solo en su expresión de la luz y la salvaje autonomía de sus pinceladas que han superado, por inspiración neoimpresionista, el puntillismo inicial de Luxe, calme et volupté (1904) de Henri Matisse, hasta acomodarse en los campos cromáticos de referencia cezaniana en donde no todos se sienten igual de cómodos por lo que es lógico que mientras unos ya van apuntando maneras hacia el cubismo que ya se vaticina en el uso del color de Albert Marquet, otros se pierden en un exuberante baile cromático que busca más que la celeridad, la calma que proporciona un Edén excelentemente desarrollado por Émile Othon Friesz en sus pinturas realizadas en La Ciotat.
Iconografía del Fauvismo
Pero si hay una imagen que alcanza la imagen iconográfica que bautizó Vauxcelles al sintetizarla en su oportuno Donatello entre las fieras , es la que ofreció Kees van Dongen en Femme nue blonde (Mujer rubia desnuda, 1906) y que en 1949 a juzgar por el resultado, volvería a ser objeto de inspiración para las icónicas fotografías de Tom Kelley inmortalizando a una Marilyn Monroe para el calendario Golden Dreams, adelantándose a un movimiento pop que buscó, en la iconización de la imagen por la imagen, hacer una representación del objeto avanzando sin rumbo hasta nuestros días por medio ya de un neoliberalismo objetualizado hasta las últimas consecuencias. El fauvismo aderezado también en la noche y en una representación objetualizada de la mujer por herencia de un pasado con el que tampoco rompe dramáticamente, acabó agotando su ideario cuando el siglo XX, condenado a sintetizar la contemporaneidad en un símbolo, y avanzando sin tregua, sugería ir hacia otros derroteros que buscaron una ruptura más profunda con el siglo XIX. Sin embargo, tanto al impresionismo, como al posimpresionismo, como al neoimpresionismo, como al movimiento que nos ocupa, considerado como la primera vanguardia, le deben el resto de vanguardias posteriores, sus locuaces aproximaciones a un cierto desorden subjetivo e inevitable, que era preciso para seguir avanzando. Solo hay que acercarse, por poner un ejemplo, a la obra de Ernst Ludwig Kirchner para ver como muchas de sus obras adscritas al expresionismo tienen un referente directo en el fauvismo. Sin ir más lejos Femme au chapeau (1905) de Henri Matisse encuentra su análoga en Busto de cocotte con sombrero de plumas (1907) del artista alemán.
Los teóricos del Arte, ansiosos por conceptualizar y despejar fronteras no exentas de intereses, en no pocos casos vallaron movimientos cuyas cercas son fácilmente franqueables. Ello tiene la ventaja de que siempre es posible reconstruir una y otra vez la historia del Arte, atendiendo a miradas personales que inevitablemente tienen que tratar de explicar el punto en el que nos encontramos ahora. Y ciertamente, el color, la euforia por el color, volvió a resurgir nuevamente con la entrada en el siglo en el que estamos, si bien, es una lástima que esta exposición no hubiese llegado hace unos pocos años para conmemorar el centenario del fauvismo y adelantarse a la bomba de color que surgió en torno al 2010. No obstante, incluso ahora, no cabe duda de que estamos en una era RGB en red que mira a la centuria anterior con cierta nostalgia y resentimiento. Por no haber sido capaces de percatarnos antes de lo que nos venía encima, ahora estamos como estamos. Sin techo, cómo no, en un mundo conectado que aunque nos supera, es nuestro hábitat conocido e irrenunciable.
Obra: Route maraîchère, 1905 de © Maurice de Vlaminck | Foto: © R.Xo para StyleFeelFree
Obra: Femme nue blonde, 1906 de © Kees van Dongen | Foto: © R.Xo para StyleFeelFree
Título: Los fauves: la pasión por el color
Artista: Henri Matisse, André Derain, Maurice de Vlaminck, Albert Marquet, Henri Manguin, Charles Camoin, Jean Puy, Raoul Dufy, Othon Friesz, Georges Braque, Georges Rouault y Kees van Dongen
Comisariado: María Teresa Ocaña
Lugar: Fundación Mapfre (Paseo de Recoletos, 23)
Fechas: 22 de octubre de 2016 – 29 de enero de 2017
Otras actividades: Programas de visitas-taller para público escolar y público familiar (consultar días y horas en la Fundación)
Catálogo: con artículos de Pablo Jiménez Burillo, M.Teresa Ocaña, Claudine Grammot, Joséphine Matamoros, Véronique Serrano, Sophie Krebs, Brigitte Léal y María Antonia Casanovas