Rosana G. Alonso
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Con un lenguaje muy rico en ‘Rimini’, primera parte de una trilogía que engloba también a ‘Sparta’, Ulrich Seidl salda las cuentas con su pasado ofreciendo su película de ficción más pródiga

Rimini | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Rimini | StyleFeelFree. SFF magazine

Como ocurría con la trilogía Paraíso, la película Rimini, de Ulrich Seidl, forma parte de un proyecto más amplio que engloba a Sparta. Pero si en las tres cintas precedentes (Amor, Fe y Esperanza) la mujer y sus neurosis, tanto sexuales como emocionales, eran el punto de partida, ahora son los hombres los que están enfocados. No obstante, Rimini equilibra esas fuerzas porque en torno a su personaje principal danzan otras siluetas femeninas que le dan perspectiva. Son muchas las dialécticas que convergen aquí en el filme más complejo y artísticamente arrollador del austriaco. La soledad, siempre presente en toda la filmografía de Seidl, se evidencia, en esta ocasión, en la figura de Richie Bravo. Es un hombre que ha encontrado un lugar de olvido a orillas del Adriático. En este conocido enclave turístico actúa para un público tan alicaído y expectante como el contexto en el que se ubica.

Es invierno. La niebla cubre las gélidas mañanas. Incluso la nieve hace acto de presencia creando una atmósfera que acaba por definir a Richie interpretado, con un elocuente registro, por Michael Thomas. En este afligido paisaje el cineasta de Models compone un mosaico lleno de texturas y color. De enunciado kitsch que descubre en el detalle que señala los neones, las luces, los decorados, la indumentaria y lo accesorio un universo ficticio, cada recurso es necesario para la historia. Una narración que, sorprendentemente, soporta el peso de un maremágnum de temas que se solapan los unos a los otros sin que por ello el conjunto se resienta. La falta de amor, la sexualidad como opiáceo y el hastío son recurrentes como subtemas. Pero sorprende como aborda la paternidad con un grado de fragilidad desconocido hasta ahora. Y cómo el desencanto y la desesperanza se disfrazan en un continuo escenario con bastidores.

Soltando todas las cargas que pudieran frenar el desarrollo de la acción, la ficción nunca antes había sido tan pródiga en la trayectoria de Seidl. A través de ella Michael Thomas deambula por el relato como un lobo solitario en busca de sus presas. Pero es él mismo, al que tan pronto vemos delante como detrás del escenario, el que finalmente es capturado. De esta forma, la vulnerabilidad también es perceptible en una Rimini llena de contrastes que estalla irradiando el contenido con la forma y viceversa. Por ello, conviene empezar por esta película y luego proseguir con Sparta, más asceta y contenida. La otra cara de la moneda de un itinerario que avanza teniendo en cuenta de dónde viene y la investigación que le precede. Visto con propiedad, es absolutamente fascinante cómo la mirada documental ha ido dejando paso a una ficción que la llena de contenido. Ulrich Seidl, como los protagonistas de Rimini y Sparta, también salda sus cuentas con el pasado.
 

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