Rosana G. Alonso
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En la película más atmosférica y abstracta de Abel Ferrara, ‘Zeros and Ones’, el papel de Ethan Hawke es clave para desentrañar el caos

Zeros and Ones | StyleFeelFree
Imagen de la película Zeros and Ones | StyleFeelFree

Abel Ferrara lleva haciendo películas desde hace cincuenta años y, pandemia de por medio, en los últimos años no ha dejado de trabajar. De hecho, no es solo que Zeros and Ones, su última película, esté inspirada en la realidad que vivimos todos en 2020 —el confinamiento— sino que recurre a todo tipo de teorías conspirativas para hacer su filme más experimental. Es un hecho que las limitaciones para hacer cine durante el confinamiento le han servido al cineasta de Welcome to New York de revulsivo. Para hacer un proyecto que, en este caso, tiene guiños al último Godard aderezado con sus ingredientes estrella. La noche, el lado trascendental de la vida, deslumbrantes femmes fatales, complot, policías, peligro. En una noche eterna que busca la luz, hace una síntesis de su cinematografía para presentar algo nuevo que habla de algo antiguo, el eterno sentido de la vida.

Es curioso que, aunque la pandemia le sirve como hipótesis, lo cierto es que Ferrara trata asuntos que ya ha abordado en películas como Mary. De hecho, diría que desde el siglo XXI su filmografía se ha vuelto menos prosaica y más trascendental. No deja de ser un director que tiene claramente dos vertientes. Entre lo turbio y lo sagrado también Zeros and Ones propone un baile con nuestros demonios para redimirlos. Ángeles de las tinieblas que vagabundean por una Roma exiliada, testigo de un país que fue uno de los más golpeados por la pandemia. Donde nada es cierto y la ambivalencia se convierte en un arma de guerra para confundir al enemigo. En este ambiente, Ethan Hawke hace un doble papel que le coloca como uno de los actores más enigmáticos de la actualidad. Sabe perfectamente desdoblarse y adaptarse a una lógica irracional que gobierna todo el metraje.

Hawke interpreta a JJ, un soldado estadounidense de élite en una extraña misión. Entre sus cometidos está el de encontrar a su mesiánico hermano gemelo —también interpretado por él mismo— e intentar salir del caos en el que se encuentra. Pero todo el mundo es sospechoso y los protocolos pandémicos vuelven la ciudad más inaccesible. En un espacio vigilado y acotado que tiene guisos de Walked the Way Home, de Eric Baudelaire, la película se comporta como un thriller de espías pero no deja de ser una abstracción, una divagación, un delirio. Sobre la realidad desconcertante en la que estamos sumidos. Sobre una crisis eterna que nos sumerge en una desescalada interior que nos impide pensarnos y pensar con criterio. ¿Qué mundo estamos dejando atrás y hacia dónde vamos? Abel Ferrara no tiene respuestas solo códigos informáticos, imágenes borrosas y el miedo latente en los rostros desubicados.

Por si cabía alguna duda, Zeros and Ones se presenta con un prólogo y epílogo conducido por Ethan Hawke. Esto convierte la película en un diálogo directo con el espectador. Al principio Hawke nos introduce el filme presentándonos a su personaje para que podamos seguirle más de cerca. Finalizada esta tentativa cinematográfica, vuelve a aparecer con un rostro más devastado, como si hubiese atravesado un importante cambio tras su implicación directa. Su aparición solo tiene un sentido. Hacerle un guiño al espectador. Él mismo confiesa que cuando Abel Ferrara le presentó el guion no entendió nada. Procurar entender esta cinta es un error. La indescriptible realidad en la que estamos inmersos es cuestión de atmósferas y este es un pasaje atmosférico para tratar de capturar no una imagen, sino una impresión. De incredulidad y de desasosiego. Pero también de esperanza en la propia vida como el milagro que es.
 

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