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A través de kilómetros desérticos, David Pantaleón pinta en su ópera prima, ‘Rendir los machos’, un drama familiar cargado de lirismo, sensibilidad y compasión con el perdón como mayor erario

Rendir los machos | StyleFeelFree
Imagen de la película Rendir los machos | StyleFeelFree

El silencio se impone sobre kilómetros de desierto que emanan la distancia que separa a los hermanos de la familia Cabrera. Rendir los machos, la ópera prima de David Pantaleón, danza entre el Western y el roadtrip para formalizar un drama familiar. Así, la historia arranca con el reparto de la herencia que deja el patriarca de la familia. En él, otorga la empresa ganadera y productora de quesos a su única hija, Alicia. Mientras tanto Julio y Alejandro deberán emprender un viaje hasta el sur de la isla con siete machos cabríos. Sólo así, podrán reclamar la parte de la herencia que les pertenece en una reinterpretación rural del clásico Jasón y el viaje de los argonautas.

El viaje epopéyico da comienzo y con él se visualiza en grandes planos generales la enemistad que ambos hermanos tendrán que sanar. Con una fotografía a manos de Cristina Noda, el yermo se muestra como una metáfora de la porfía y aridez de ambos protagonistas. A ello, se suman los silencios y onomatopeyas que conforman el viaje, pintando una travesía que permanece salvaje y solemne a partes iguales. Como resultado, los varones de los Cabrera acaban mimetizándose con las siete cabras que acarrean a través de un espacio que emana la inminente confrontación. Después de todo, Julio y Alejandro llevan años distanciados y la última voluntad de Don Guillermo, recae sobre ellos como el peor de los castigos. Ya sea una lucha de poder, o por la necesidad de aprobación, el cisma de los hermanos deberá de finalizar en ese trayecto.

Y es que, a través de una sencillez lírica, David Pantaleón consigue traducir una historia local a una narrativa universal. De tal manera, se trata con respeto, comprensión y humanidad las circunstancias y caracteres que atañen a los hermanos Cabrera. Todo ello, gracias a la unidad y coherencia de todos los departamentos de la película, se consigue crear dos caras de una misma moneda. Con defectos y virtudes. Con sentimientos e instintos. Irracionales e imperfectos. Tanto Julio como Alejandro les corre la sangre Cabrera y por mucho que renieguen el uno del otro, seguirán siendo hermanos. Consecuentemente, complementarios, el uno acabará supliendo las necesidades del otro y viceversa, en un camino epifánico que lleva el mundo rural hasta la épica.
 

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