Pedro Navarro
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En ‘La familia Bloom’, de Glendyn Ivin, Naomi Watts encarna los desafíos de una madre y esposa que ha quedado paralítica

La familia Bloom | StyleFeelFree
Imagen de la película La familia Bloom | StyleFeelFree

Las lesiones del cuerpo y las del alma no sanan igual. Esa es una verdad indiscutible, como también lo es que muchas veces las de uno afectan al otro. Hay ocasiones en las que curarse no es siquiera una posibilidad y todo a lo que se puede aspirar es a mejorar. Entonces, el tiempo y los cuidados son siempre los mejores aliados. De un proceso de estos, de superación personal y crecimiento, trata La familia Bloom, del australiano Glendyn Ivin. En ella, Naomi Watts, como ya había hecho en Lo imposible, vuelve a interpretar a un personaje basado en una historia real. De nuevo, la tragedia ocurre en Tailandia.

“Estos somos nosotros, los Bloom”, dice una voz juvenil al poco de que comience la cinta. Mientras, vemos fotos y vídeos caseros de un matrimonio feliz con sus tres hijos. El narrador es el mayor de ellos. “Todo era perfecto hasta el año pasado”, prosigue. Estando de vacaciones en el país del Sudeste Asiático, la familia subió a una azotea para disfrutar de las vistas. Allí arriba, la madre, Sam —una Naomi Watts de cara lavada— se apoyó en una barandilla que colapsó, cayendo al vacío. Aunque sobrevivió, el accidente la dejó paralítica, incapaz de mover el cuerpo de cintura para abajo.

Sin embargo, donde ha quedado más dañado el personaje de Watts no es en lo físico, sino en lo emocional. Sam es incapaz de asimilar su nueva situación llena de limitaciones e impedimentos. Si sus hijos lloran por la noche, difícilmente puede levantarse a consolarles. Prepararles el almuerzo para el cole es ahora una tarea titánica. “¿Qué me queda si ya no puedo ser una madre?”, se pregunta. Su trabajo como enfermera también ha tenido que dejarlo. Es en su respuesta a este sufrimiento donde la película es más interesante. La madre, el personaje femenino por excelencia que da cuidados y apego, se torna oscuro y depresivo. La rabia se convierte en ira que procesa con arrebatos de violencia. La parálisis física se ha vuelvo sentimental.

Así con todo, hacia la segunda mitad, el filme ya se acomoda en la clásica historia de superación y el desarrollo narrativo se vuelve predecible. El tono, recalcado por una insistente música incidental, puede resultar, en función del gusto del espectador, sentimentaloide y las metáforas son, sin duda, excesivamente evidentes. No obstante, aunque todos estos elementos podrían hacer que La familia Bloom fallase estrepitosamente, no lo hace. Con una mala mano de cartas, Glendyn Ivin consigue ganar la partida. Sin duda, la excelsa interpretación de Naomi Watts era su as en la manga.
 

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