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Entrando de lleno tanto en los condicionantes de lo rural como en sus mitologías Rocío Mesa, en ‘Secaderos’, juega con las perspectivas en una película que busca continuamente el golpe de efecto
La apertura de Secaderos, la ópera prima de Rocío Mesa, anuncia una historia repleta de alquimia entre la naturaleza y el ser humano. Un cuento infantil, una fábula sobrenatural. La criatura mágica diseñada por Montse Ribé y David Martí introduce muy bien un relato que nos remite a un lugar de la infancia inaccesible. De la mano de monstruos protectores el cine fantástico lleva tiempo enseñándonos a ver el mundo de otra forma. Y ahora, con la nueva corriente de realismo mágico que está generando algunas de las mejores piezas fílmicas de la contemporaneidad, se están recuperando elementos del género que pueden funcionar para explicar la realidad amplificando su exposición. La realizadora granadina parece conocer todas estas dialécticas. Desde este posicionamiento intelectual se embarca en un proyecto que juega con muchos elementos para extraer un estado anímico que investiga tanto los condicionantes de lo rural como sus mitologías.
Partiendo de dos personajes que están en dos períodos vitales muy distintos Mesa busca explicar las diversas perspectivas que derivan de un espacio. De esta manera, para la adolescente Nieves el pueblo en el que creció le queda pequeño. Ella trabaja en un secadero de tabaco propiedad de su familia. Pero, más allá de sus obligaciones, se comporta como alguien de su edad. Quiere divertirse y sueña con salir de su entorno y conocer un poco de mundo. En cambio, su pequeño mundo es un lugar extraordinario para Vera, una niña que llega de Madrid junto a su madre para pasar las vacaciones en casa de sus abuelos. Vera vive una realidad muy distinta disfrutando de una libertad que no tiene en la capital española. Independientemente de estos personajes centrales, también se perfila el enfoque de los adultos en distintas etapas de la vida.
Con tantas perspectivas y un afán continuo por sorprender, Secaderos, en ocasiones, puede resultar exhaustiva provocando golpes de efecto continuos. Lo que en Alcarràs, un filme con el que comparte muchos puntos en común, se evidenciaba espontáneo, aquí puede percibirse más inducido. A pesar de ello, tiene un episodio álgido, hacia el final de la cinta, que justifica sus fallidas (y muy buenas) intenciones. No obstante, tampoco hay catarsis redentora aunque sí un viaje iniciático que culmina en anécdota y evita complicaciones en un guion colmado de hitos. Y en todo esto, lo mágico, que explota en escenas muy logradas, se pierde debido a una continua fragmentación del relato.
Tras estas proposiciones, afectadas por un sentido mágico que no logra el fin esperado, evidencian que en el papel, seguramente, la película era un portento que pierde frescura en la pantalla. Hay una sobreexplotación de algunas dinámicas que recurren al costumbrismo más trillado en entornos que, eso sí, tienen un potencial cinematográfico increíble. Aún con ello, es indudable que, detrás de las celosías, Rocío Mesa es una cineasta de ideas. Pero le falta pulir, despojar y dejar que la historia fluya sin necesidad de tantos soportes. En sus próximos proyectos en lugar de la impresión le vendría bien cuidar la conmoción que cala en el espectador sometiéndolo a transformación.