Rosana G. Alonso
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Atravesando lo imposible Eric Baudelaire en ‘When There Is No More Music to Write, and Other Roman Stories’ muestra una posibilidad de hacer que combina lo histórico, lo personal y el mero acto de crear

When There Is No More Music To Write | StyleFeelFree
Imagen de la película When There Is No More Music To Write, and Other Roman Stories | StyleFeelFree

Eric Baudelaire que ya había estado en DocumentaMadrid 2019 con Walked the Way Home y la exposición que el mismo festival le dedicó al año siguiente, repite escenario en Madrid. Ahora lo hace con un tríptico audiovisual, When There Is No More Music to Write, and Other Roman Stories, un proyecto que, aunque es más idóneo para mostrarlo en un espacio expositivo que para la exhibición en una sala de cine al uso, se ejecuta como una partitura de partituras. Sin embargo, siempre será más productivo verlo contenido con otros materiales en el centro cultural Spike Island de Bristol que en estos momentos muestra este proyecto audiovisual junto a otros que lo contextualizan. Entre otros trabajos, en este espacio se presentan dos esculturas de sonido que dejan constancia de cómo las instituciones artísticas están empezando a abrirse a nuevos formatos.

En sí, las películas que componen When There Is No More Music to Write… vuelven a mostrarse bajo un título muy narrativo. Pero Baudelaire, más abstracto y ambicioso en la investigación que comparte con el historiador musical Maxime Guitton, no tiene intención de engarzar su primera pieza con las restantes. Sin embargo, todas buscan situar al compositor de vanguardia Alvin Curran, figura clave en la historia de la música experimental, en un frente a frente con Evangelisti. Y avanzando por los años de plomo de Italia, en las décadas de 1960 y 1970, periodo en el que el músico estadounidense vivió en Roma. Fue una época de gran agitación política que fermentó en prácticas artísticas revolucionarias cuando, en una alusión al título de esta obra, no había ya espacio para la música, según constató Franco Evangelisti cuyo hacer parece emular Baudelaire.

En la práctica, la primera cinta, ascética y menos pródiga en lo musical que las siguientes, hace de prefacio que analiza un contexto desde lo anecdótico. El del atentado organizado por las Brigadas Rojas para secuestrar —y luego matar— a Aldo Moro, el que fuera primer ministro italiano. Pero lejos de enfocar el hecho histórico Eric Baudelaire recurre a la figura de un florista, Antonio Spiriticchio, al que los terroristas se afanaron por salvar la vida. De esta forma, el 16 de marzo de 1978 aparece como una fecha clave que sirve de cenit para el resto. ¿Cómo la música interpreta la historia partiendo de un enclave álgido de gran tensión? Con sombras todavía por esclarecer, las artes solo podían romper con todo reescribiendo la revolución musical. En realidad, cuando no había ya nada que escribir era necesario reinventar la escritura. Empezar de cero. Pero nunca de cero.

Desbordado ante esta situación el cineasta francés hace lo propio. Con imágenes de archivo, textos que se solapan, imágenes en Super 8 y fragmentos de obras como Zabriskie Point de Antonioni. Bajo el prisma de la ausencia y el presentimiento, la textualidad inicial funciona. No obstante, como señuelo frustrado en su intención. Hay una frustración porque el hecho en sí no puede tratarse como tal sino como herida abierta. Con interrogantes, sin resolver. Sin ir más lejos, como algo malogrado se entiende el salto inicial que, con cierta incomodidad y tras un pasaje más lírico, deja paso a la voz en off de Curran. El compositor guía entonces el relato que, atravesando lo biográfico, explica el sentido de la creación. Un acto de valentía que descifra la esencia de un presente. Enigmáticamente, cuando todo estaba abocado a la repetición que presagia la nada, el vacío, la extinción.

En conjunto, la aparente intención de Eric Baudelaire solo se revela haciendo un esfuerzo intelectual y compensando las carencias que erosiona desde lo fílmico, por contraposición. El ascetismo frente a la prodigalidad de una narración que abarca lo inconmensurable de la explosión creativa. Las inevitables distancias que el propio metraje no puede sortear impedido a ser explícito, frente a la voz del compositor. Un narrador que, sin pretenderlo, y con la destreza de la edición que combina la imagen encontrada, conecta lo histórico con lo personal, con el acto de creación. Por eso, encajando mentalmente todas las piezas la quimera irrumpe como una verdad escondida ante los ojos del que escucha. Estamos ante un proyecto que, superando la idea de imposible, muestra lo posible ejecutándose sin intromisión. Baudelaire hace un ejercicio de laissez faire. Y sí, inesperadamente, lo fortuito que funciona con lo azaroso de cualquier coyuntura, construye el resto.