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En ‘Hierve’, el segundo largometraje de Phillip Barantini, un equipo de cocina trata de evitar el colapso en la noche más concurrida del año
Generalmente, los restaurantes no son negocios fáciles de manejar. Si bien, en los últimos años se han vuelto muy atractivos para muchos, eso no ha hecho sus operaciones más sencillas. A pesar de ello, en el cine, no son típicas las historias sobre los diversos grupos de personalidades que trabajan en caóticas y estresantes cocinas. Tampoco conocemos la cantidad de papeleo realizado, o la tediosa burocracia que hay que seguir. Lo que normalmente vemos es a los chefs como apasionados protagonistas, y comidas fotografiadas de manera exquisita en establecimientos impecables. Sin embargo, para el director Phillip Barantini, la pasión tiene un precio. Es lo que hace a Hierve una película que contrasta con las de su género. Con tal fin, durante noventa minutos, seguimos, en una toma ininterrumpida, al personal de un prometedor restaurante londinense. Este busca la forma de sobrevivir a una difícil noche, tratando de evitar el colapso.
La vida del chef Andy Jones no está pasando por su mejor momento. Su vida familiar es un desastre y una vez más llega tarde al trabajo. Por si fuera poco, la noche que le espera es una de las más concurridas del año y ha sido sorprendido por un inspector de sanidad y seguridad alimentaria. Al ser degradado de su calificación de cinco estrellas a tres, recrimina al personal de cocina que ya está estresado y está al borde de perder la paciencia. No obstante, Carly, la Sous Chef, intenta mantener la cocina a flote. A pesar de ello, durante el servicio aumentan las fricciones entre la gerencia y el personal por las demandas de los comensales que no dejan de llegar. Y aunque Andy tratará de resolver los problemas, todo se vuelve aún más complicado con la llegada de Alistair, un famoso cocinero y su mentor.
En una toma continua, Hierve podría considerarse, como otras películas que también han usado esta estrategia, una apuesta valiente. El proceso requiere que todas las partes estén perfectamente coreografiadas y organizadas. Si bien eso no significa que un largometraje sea mejor por usar esta técnica, Barantini es magnífico en su uso. Puesto que hace un paralelismo entre el ritmo frenético de un restaurante con una corriente de energía que nunca para. En este sentido, la cinta es una experiencia similar a la de una montaña rusa que toma diferentes curvas a gran velocidad, y cuando menos lo esperas, acaba. Durante este recorrido, la cámara siempre sigue la acción y acompaña a los personajes en una especie de relevo narrativo.
Por otra parte, Hierve pone un énfasis especial en las faltas, humillaciones y agresiones que hacen del trabajo en hostelería una labor extremadamente agotadora. Especialmente, porque los buenos resultados dependen de una comunicación fluida. Por el contrario, en ocasiones los trabajadores tienen que soportar actitudes indignantes. Eso lo apreciamos cuando una joven camarera de piel negra interactúa con un cliente que es claramente racista y la maltrata. O cuando un grupo de influencers pide platos que no están en el menú, y Beth, la anfitriona, accede a ese pedido. Son incidentes que generan una gran catarsis en la película. Ocurre en el momento en el que Carly, interpretada brillantemente por Vinnette Robinson, le recrimina a Beth su falta de consideración y respeto al personal de cocina.
La dinámica entre los personajes que Barrantini ha armado con la ayuda del guionista, James Cummings, es eléctrica. Además, la película se sostiene perfectamente gracias a Andy interpretado por el magnífico Stephen Graham. Desde el primer minuto, sentimos el gran peso que carga el personaje. Es difícil no tener compasión por un hombre que habla por teléfono con su ex mujer porque quiere que le diga a su hijo que no lo ha olvidado. Eso, antes de entrar a trabajar. A pesar de sus duras palabras con el personal, lo entendemos porque estamos viendo a un hombre que está a punto de perderlo todo.