Rosana G. Alonso
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Natural Arpajou sitúa ‘Yo niña’, su primer largometraje, en un lugar intermedio que cuestiona y escucha al niño interior que todos llevamos dentro

Yo niña | StyleFeelFree
Imagen de la película Yo niña | StyleFeelFree

Yo niña es el primer largometraje de Natural Arpajou y como ocurrió con Carla Simón en Verano 1993, la historia de arranque es autobiográfica. Ambas cineastas sobrevuelan también su infancia. Sabiendo que su relato es imponente, digno de ser llevado a la pantalla. Sabiéndose poseedoras de acertijos que enfrentan los traumas que asolan la primera etapa de la vida. Pocas veces revelados en el cine. Como si los realizadores no quisieran enfrentarse a sus propios fantasmas. Soterrados a lugares desérticos. Curiosamente, las películas para adultos que sí están protagonizadas por niños han conseguido ganarse el beneplácito de la audiencia. Porque los niños difícilmente actúan. Porque si la historia es buena y se logra encontrar al intérprete que pueda dar el perfil, gran parte del trabajo está hecho.

En el caso de la argentina Natural Arpajou sitúa a su personaje, una niña de unos ocho años, en la Patagonia argentina. Es una zona conocida como la Comarca andina paralelo 42. Allí vive Armonía junto a sus padres, en una cabaña sin apenas recursos. No tienen electricidad, ni gas, ni tan siquiera agua corriente. Su familia ha decidido alejarse del estilo de vida hegemónico y quiere enseñarle a la pequeña otros valores. Pero ella no logra comprender nada y pide ayuda a través de un waltie-talkie. Imagina que alguien en el espacio puede captar su señal, escucharla, y llevarla a otro sitio, quizás darle otra vida, otros padres. Aunque el mundo de la infancia, desde fuera, pueda parecer idílico por la inocencia y la dinámica de juego que lo envuelve, también está lleno de dudas y miedos. Y esta sensación se capta con un abrumador realismo en Yo niña.

Más allá de la entrañable presencia de Huenu Paz Paredes (Armonía), hay otros factores que sitúan a Yo niña como una película de alcance. Porque a pesar de enfrentar al espectador a repentinos cambios en el guion, hay un trabajo de cámara admirable que aúna todo con atención al detalle. Y por otra parte, hay una búsqueda de una verdad infranqueable. Es una película que cuestiona, que no persigue la mirada fácil y no se detiene en lo probable. Busca enfrentar conceptos entorno a las ideologías pensadas, deliberadas; y las necesidades reales que no pueden acomodarse a ellas tan fácilmente. Todo esto, a través de los ojos de una cría que todavía no tiene las herramientas necesarias para encajar las piezas de un puzle que no le cuadra. Ella siente que no pertenece a ningún sitio y que su identidad no encuentra, por ello, refugio.

Yo niña, aunque parte de una estructura aparentemente muy simple y diáfana, logra poner en jaque al espectador. Fácilmente podemos caer en el error de juzgar a los padres y su modo de vida. No es lo que la cinta pretende. La mirada infantil es tan inocente como las pretensiones de una película que sabe situarse en un lugar intermedio. Entre la comedia y el drama. También entre la aceptación y la rebelión. Y en todo eso, se manifiesta como un poderoso retrato de una niña buscándose en un trayecto —aunque doloroso— de aprendizaje continuo. Es inevitable establecer lazos de unión con The Florida Project. Otra película que nos enseña a ver la infancia. A mirarla con perspectiva.
 

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