Óscar M. Freire

La autobiografía de Maria Sodhal en ‘Hope’ sobrepasa los esquemas convencionales, otorgando profundidad, elegancia e intimidad a la devastación del cáncer

Hope | StyleFeelFree
Imagen de la película Hope | StyleFeelFree

Que la vida implica la muerte es el axioma más evidente de la naturaleza humana. En este sentido, muchos cineastas han decidido observar cómo son los últimos pasos del camino de la vida. La película de Maria Sodahl, sin embargo, no podría considerarse una más en el subgénero de historias cancerígenas terminales, porque ella lo vivió. Hope es la historia de una mujer al borde del abismo, pero también es el testimonio de una superviviente. Anja (Andrea Bræin Hovig) es una exitosa directora teatral, madre de tres hijos y otros tres hijastros de su pareja Tomas (Stellan Skarsgård). Coincidiendo con las navidades, lo que parecían ser unos dolores de cabeza y unos mareos inocuos acaban por diagnosticarse como un tumor cerebral grave. El tiempo que parecía infinito se reduce a unos pocos días y ya solo queda como último refugio la esperanza.

Más allá del considerable, incuestionable y poco analizable valor autobiográfico, la cinta merece una dignificación propia. El seguimiento, cámara al hombro, de la protagonista crea una sutil puesta en escena y permite al espectador penetrar una intimidad incómoda por las emociones pero natural por la respiración propia del medio. Del mismo modo que el tumor presiona la cabeza de Anja, las interpretaciones se acompasan con el débil temblor de las imágenes. La película es una construcción abrupta, interrumpida, perforada por elipsis y vacíos, todo ordenado por una sucesión de días festivos que siempre parecen noches de agonía. No obstante, la ordenación de los acontecimientos sirve para seleccionar las emociones que merecen ser vistas, y las que no. El derrumbe es escueto, las lágrimas secas y el drama se focaliza en cuestiones que hieren de verdad, como afrontar los efectos de la medicación, sopesar si la mentira protege realmente a los seres queridos, o hallar siquiera razones para luchar.

El pretexto de la supervivencia, de la muerte, del dolor de la existencia y de la familia que pueden deducirse de la sinopsis, terminan por ser una compleja reflexión sobre el amor. Anja duda de la sinceridad de su pareja, y lo que es más importante, de la suya propia. Atrapada por las consecuencias de unas decisiones que fue injusto tener que tomar, su dolor físico se incrementa por la impotencia del arrepentimiento. De hecho, es la lucha entre el amor romántico y el amor cotidiano lo que atormenta a la protagonista y al relato. Una pareja que sufre por descomposición en silencio, cuyas manos entrelazadas son más curativas sobre la camilla del hospital que sobre el altar. La confianza y el apoyo son así los valores que prevalecen. Frente a la vida, frente a la muerte, frente a la adversidad.
 

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