J.Q.L

La ópera prima de Fanny Liatard y Jérémy Trouilh, ‘Gagarine’, destapa su potencial con una combinación de géneros que muestra la lucha sideral por la supervivencia

Gagarine | StyleFeelFree
Imagen de la película Gagarine | StyleFeelFree

Gagarine es ciencia ficción. Es cine espacial al estilo de The Martian o Interestellar. Sin naves ni agujeros negros pero el mismo sentimiento. La sensación de estar perdido en una inmensidad absoluta. Una en la que nadie puede oírte gritar. Una donde todo te es arrebatado y tu única solución es luchar por sobrevivir. Fanny Liatard y Jérémy Trouilh han recreado una película clásica de supervivencia espacial en mitad de un barrio pobre de París. El astronauta típico es suplantado por un joven que sueña con llegar al espacio y, su nave, transformada en un bloque de pisos a punto de ser derrumbado por las autoridades. Una fusión entre los géneros sci-fi y social en los que brilla el equipo artístico.

El guion es el de un largometraje de supervivencia espacial. La estructura es la misma. Empieza mostrándonos el hogar del protagonista, enseñándonos los lazos con su hogar. Para ello, crea unas imágenes que más adelante serán el recuerdo que mantenga al personaje en pie. Después, el despegue lleno de añoranza y, con ello, el posterior fallo de la nave donde el héroe naufraga perdiéndose en la inmensidad del espacio. Y así hasta el último momento del filme. A pesar de lo típico de su estructura no hay que olvidar el mérito que supone llevarla a un terreno tan poco usual como este. Es un argumento espacial desarrollado en la tierra y, a pesar de ello, se siente natural.

A su vez, otro apartado a recalcar es el diseño de sonido y la banda sonora. Ambos son claramente el corazón de la película. Es la base de la inmersión. Todo suena sideral. Las puertas suenan como compuertas de una nave, las ventanas como escotillas. Todos los sonidos están creados con una línea de diseño espacial que, aunque nos siguen recordando a los sonidos de una nave, son perfectamente creíbles. Simultáneamente, la banda sonora de Evgueni & Sacha Galperine se mueve en la misma línea. Llegando, por momentos, a recordarnos a ese ajetreo nostálgico que nos hacía sentir Hans-Zimmer en Interstellar. El diseño de sonido y la banda sonora hace un gran trabajo, sin embargo, el mérito principal de la película recae en otros hombros.

Victor Seguin, director de fotografía, es, sin duda, el individuo a destacar. A pesar de desarrollarse en el interior de un bloque de pisos y un barrio pobre de Francia logra crear planos impactantes y emotivos. Imágenes que compiten con la clásica tierra vista desde el espacio o aquellas montañas imposibles cubiertas por cinco soles. Seguin, haciendo uso de la reflexión de la luz, consigue adornar la mirada de sus personajes con la misma calidez que el resplandor de la vía láctea. Colma los planos de negro para, después, habitarlos de pequeños puntos de luz. En definitiva, la fotografía de Gagarine entiende y recrea a la perfección la luz en el espacio.

El arte y la dirección no se quedan atrás. Por su parte, el arte debía recrear los objetos del día a día logrando que se percibieran como espaciales. Una tarea que esconde una gigantesca dificultad, sin embargo, lo logran. Un acierto que a medida que avanza el largometraje se va haciendo cada vez más notable. A su vez, la dirección trabaja en la misma línea, hacer de los espacios corrientes espaciales. De esta manera, con planos dignos de 2001, Odisea en el espacio y Gravity Fanny Liatard y Jérémy Trouilh logran hacernos sentir dentro de una nave espacial en el interior de un bloque de edificios.

Gagarine está repleta de aciertos. Combinando dos géneros contrapuestos y utilizando estructuras de guion ya conocidas y planos clásicos del cine de ciencia ficción la pareja de directores demuestra que la creatividad de su obra radica en la forma. Haciendo uso de un aura espacial transmiten con exactitud la sensación de pérdida y apego emocional del protagonista hacia su comunidad. Gagarine, sin dejarse llevar por un intento de excentricidad, logra ser una obra ingeniosa y depurada donde todo tiene un motivo para ser. Fanny Liatard y Jérémy Trouilhes, sin duda, no solo tienen potencial sino que lo demuestran de forma maestra en su último proyecto.
 

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