Rosana G. Alonso
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Más allá del propio viaje físico que nos pone en contacto con otros, lo que propone Juho Kuosmanen en ‘Compartimento nº6’ es un viaje hacia el interior, una epopeya repleta de humanidad y revelaciones

Compartimento nº6 | StyleFeelFree
Imagen de la película Compartimento nº6 | StyleFeelFree

Probablemente uno de los viajes en tren más representativos de la cultura cinematográfica contemporánea fue el que propuso Richard Linklater en Antes del amanecer (1995). Una película que ha alcanzado ya a varias generaciones y que ha dejado hasta tres secuelas en su largo recorrido. Entendido como una ocasión en la que el tiempo parece detenerse y puedes interactuar con otros que se encuentran en la misma tesitura, los grandes desplazamientos tienen amplias posibilidades cinematográficas. Por la idea también de confinamiento que nos obliga a mirarnos en los demás. No obstante, esta idea del viaje no deja de ser un poco nostálgica. La relación directa con el otro, en nuestros entornos digitales es complicada en la práctica. Sin apartar la vista de nuestros dispositivos digitales, difícilmente interactuamos. Salvo si en nuestros periplos aventureros acabamos en un trayecto exótico que nos lleve fuera de la Europa occidental.

Lo que propone Juho Kuosmanen en Compartimento nº6 es, precisamente, el viaje como una oportunidad para autodescubrirse. En realidad aquí asistimos al viaje dentro de otro viaje. El preludio de todo ya se anuncia con el tema musical tan ampliamente difundido, Voyage, voyage de Desireless. A partir de este momento la protagonista, Laura, dará comienzo a su doble epopeya. Interpretada por Seidi Haarla, con una dosis de realismo que desarma, con el tren en marcha y en un habitáculo minúsculo que tiene que compartir con un indeseable compañero de ruta, no hay vuelta atrás. Ahora tendrá que lidiar con los inconvenientes del propio trayecto. Rodada en el interior de un tren ruso en condiciones de reclusión, la primera gesta, en realidad, la comparte todo el equipo que filmó las escenas pegados a los personajes principales. La atmósfera sobrecargada permite al espectador realizar el mismo itinerario hacia lo desconocido.

Pero si hay algo significativo más allá del viaje técnico que trasciende a Con faldas y a lo loco de Billy Wilder es el ímpetu de Kuosmanen por contornear lo existencial. Desde este proceder, el guion avanza sigilosamente construyendo una historia en la que impera más el lado social y humano que el puro romance. El autor de El día más feliz en la vida de Olli Mäki entreteje un magistral relato que es lo más parecido a una revelación inesperada, que cambia la vida para siempre. Es la magia de los encuentros casuales que tan bien cimentó Paz Fábrega en Viaje. En este sentido, el propio viaje material se vislumbra como una metáfora para hablar del viaje interior, aquel que, finalmente, solo podemos hacer solos pero guiados por alguien que nos señala el camino.
 

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