Rosana G. Alonso

En su película más compleja y política, R.M.N, Cristian Mungiu plantea un vívido retrato de la intolerancia, la discriminación y los prejuicios inherentes a una Europa cada vez menos solidaria

R.M.N | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película R.M.N | StyleFeelFree. SFF magazine

En R.M.N, la última película de Cristian Mungiu, los personajes hablan diferentes lenguas. Húngaro, rumano, alemán, inglés. Es algo que recoge ya los créditos iniciales de la película advirtiendo que los subtítulos, para diferenciar los idiomas, se pondrán en diferentes colores. Aun así, en la pequeña localidad de Transilvania en la que ocurre la acción, se entienden sin mucho esfuerzo. A pesar de ello, en esta comunidad siguen anclados a tradiciones centenarias y su visión de sus semejantes es muy estrecha y opaca. La empatía por el otro, por el extranjero, no existe. Por eso, aunque a primera vista su entramado social pudiera hacer pensar en un modelo equitativo en el que conviven diferentes grupos, nada de eso es real. Cuando la panadería industrial del pueblo contrata a migrantes que están dispuestos a aceptar las penosas condiciones que la empresa les ofrece, estalla el conflicto.

En su película más política y ambiciosa Mungiu hace un vívido retrato de la intolerancia, la discriminación y los prejuicios. Capa a capa, construyendo su filme más complejo teje un entramado en el que mira de frente a los estereotipos para hablar de autoridad y libertad. Es un relato en el que los opuestos se entremezclan. La cobardía y el coraje. El individuo frente a la multitud. El destino personal contra el destino colectivo. Pero sobre todo, destaca como una historia de supervivencia en la que la pobreza y el miedo ante un futuro incierto son las tónicas del estallido social. La dificultad aquí está en la observancia que hace el rumano en torno al pasado enfrentado al presente. Así, los tiempos pretéritos son percibidos por los personajes como más confiables, frente a un momento actual en el que todo parecer ser más caótico.

Analizando estos antagonismos, R.M.N aborda los efectos secundarios de la corrección política. En un escenario en el que la astucia y la falsedad deforman unos valores en declive, la realidad ofrece la otra cara de la solidaridad. Ante esto, el cineasta de 4 meses, 3 semanas, 2 días vuelve a señalar los vicios humanos sin ser tan moralista como en Los exámenes. Lo que hace es mostrar algo muy perceptible en los espacios y las redes digitales, cuando tratamos de amoldar nuestras creencias a las del conjunto. Bien evitando pronunciarnos, bien apoyando lo que es de consenso. Para llevar a cabo estas ideas cada escena está filmada en un plano secuencia lo que permite que el ritmo sea inherente a cada escena. La situación se desarrolla en tiempo real, no hay corte. Y de esta forma, la resonancia magnética nuclear a la que alude el título es una realidad.
 

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