Rosana G. Alonso
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Distanciándose de sus obras precedentes ‘Que nadie duerma’, de Antonio Méndez Esparza, tiene puesto su objetivo en una audiencia a la que el cineasta todavía no había llegado

Que nadie duerma | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Que nadie duerma | StyleFeelFree. SFF magazine

La trayectoria de Antonio Méndez Esparza en Estados Unidos ha sido, sin duda, una de las mejores cosas que le ha pasado al cine español. Su película La vida y nada más, ganadora del premio Cassavetes de los Film Independent Spirit Awards, fue uno de los acontecimientos cinematográficos más destacados de 2018. Sin embargo, su figura no deja de ser bastante desconocida en España y sigue sin pisar la alfombra roja de los Goya. Por eso, quizás Que nadie duerma pueda servir para darle a conocer entre la audiencia española. La cinta, rodada en el barrio madrileño de Usera, es una adaptación de la novela homónima de Juan José Millás y cuenta con Malena Alterio como protagonista. Con guion del mismo Esparza junto a Clara Roquet, tiene todos los ingredientes para capturar a un espectador que espera reconocer su malestar en los personajes y encontrar un camino catártico de liberación.

Para lograr ese fin de redención nada es gratuito. Lucía, la antiheroina de esta road movie, más cercana a Álex de la Iglesia que a Ken Loach, con quien guardaba cierto parentesco en su trabajo anterior, necesita una transformación venga por el cauce que venga. Y también tiene que vengarse a cualquier precio. Evitando el spoiler, aunque con estas premisas sobre la mesa, es fácil adivinar que no habrá tintas medias para lograr un efecto. No hay tampoco demasiadas sorpresas ya que los personajes femeninos, de un tiempo a esta parte, tienen la obligación, casi moral, de descubrir su itinerario de emancipación. Un poco menos gore que Black Medusa de Youssef Chebbi e Ismaël, un thriller de fantasía que pasó hace unos años por el festival de Róterdam, parece en cambio perseguir la misma idea anárquica de expiación. Incluso puede encontrársele algún parentesco con el Taxi Driver de Scorsese, pero intercambiando los roles. Las actrices empiezan a conquistar la pantalla y tienen por delante, todavía, muchos modos de narrarse y expresarse.

Con un distendido tono que conjuga la realidad con cierto sentido de la hipérbole a la que contribuye Alterio, Esparza se distancia de sus obras precedentes acercándose más al público, pero sacrificando, en parte, una autoría, hasta el momento, más soberbia en la voz. Es fácil empatizar con un personaje que no va a poder ascender socialmente por mucho que se empeñe. Y, por ello, va a tener difícil concretar un proyecto de vida digno a través del cual realizarse. No obstante, la fusión de géneros y sus continuos gags, si bien efectivos, diluyen, en parte, un compromiso social que, en su enunciado, no puede huir del tópico de la mujer contemporánea liberada de todos los tabúes y dispuesta a sacrificarse a sí misma para emanciparse de las cargas sociales que la dibujan. Todo ello está bien para poner énfasis en la construcción identitaria que desafía el orden social y, además, para compensar a una generación de mujeres supeditadas a los resortes que las oprimen. En cambio, la maquinaria cinematográfica se resiente con tanta efusión. Realmente, los momentos en los que la película respira y toca la calle son lo más destacable.