Rosana G. Alonso
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Un Ken Loach sorprendentemente más optimista que nunca, a pesar de la tragedia que anuncia, tratar de resistir en ‘El viejo roble’ para darnos una lección de vida

El viejo roble | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película El viejo roble | StyleFeelFree. SFF magazine

Hay una generación de cineastas que tienen claro su propósito. Quieren contribuir a un mundo más equitativo en el que todos trabajemos por una causa común que promueva el bienestar social. Es inevitable citar entre ellos a Ken Loach que estos días compartía protagonismo junto a Agnieszka Holland en la 68 Seminci, de la que se acordaba en la rueda de prensa que tuvo lugar para presentar El viejo roble en Valladolid. Ambos comparten su perspectiva de una cinematografía que denuncia y pone esperanza, busca encontrar respuestas, se sitúa en el lugar del otro y pretende también empatizar con un espectador muchas veces dormido frente a las problemáticas más relevantes de nuestro tiempo. Todas estas dinámicas fluctúan en El viejo roble componiendo una cinta muy relevante para comprender las dialécticas de un tiempo en el que la solidaridad ha ido dejando paso a un individualismo que se postra ante el liberalismo más salvaje.

Con estas tesituras el guion de Paul Laverty se rinde ante ciertas evidencias que permiten confeccionar un tríptico testimonial de nuestro tiempo. El viejo roble sería así la tercera parte de una tentativa realista, repleta de humanidad y malestar, que comenzó con Yo, Daniel Blake y siguió con Sorry We Missed You. Un recorrido que demuestra que el cine de Ken Loach está más vivo que nunca al entrar de lleno en un tiempo que desvela absolutamente emotivo. Lo hace, además, desde un fuero interno que visibiliza aquello que está mal, en este caso, para tratar de enmendarlo. De las tres películas que conforman este triple retrato social, interconectado entre sí para conformar un ensayo de los efectos colaterales de las políticas europeas, esta es la más optimista. Con ella, un Loach que nos tiene acostumbrados a un inevitable pesimismo que no parecía tener escapatoria, busca promover la solidaridad.

Para lograr su propósito la película se bate en un duelo entre el pasado y el presente. El pasado pertenece a una generación que tenía un poderoso sentido comunitario. En el presente, en cambio, todo eso se ha perdido. Sin embargo, como es necesario intervenir las viciadas costumbres sociales para enderezarlas, precisamente el pasado se convierte en un personaje, en un fantasma que primero Laverty, y luego Loach, resucitan. De esta forma, obra el milagro. El viejo roble aguanta y en su resistencia invita a que no nos rindamos a las tentaciones de buscar culpables donde no los hay. No son los más vulnerables de los sistemas los que tienen la culpa de nada, sino los que generaron esa vulnerabilidad que convierte a los más débiles en un blanco fácil. Con este filme se hace evidente la arenga. Nos quieren divididos y enfrentados, pero solo los lazos comunitarios nos permitirán vencer.