Óscar M. Freire

Con motivo del estreno de ‘Fellini de los espíritus’, y tras conmemorarse cien años del nacimiento del director Federico Fellini, repasamos su personalidad a través de alguno de sus ‘espíritus’ más emblemáticos

Federico Fellini | Marcello Mastroianni | StyleFeelFree
Federico Fellini y Marcello Mastroianni en el rodaje de 8 ½ | Fotografía de © Paul Ronald | StyleFeelFree

Esta semana se estrena el documental de Anselma Dell’Olio, Fellini de los espíritus, cinta que repasa los aspectos más místicos de la vida del autor. La película retrata, con ayuda del testimonio de amigos y estudiosos, el origen de la creatividad del hombre misterioso y sensible que estuvo detrás de las cámaras. A pesar de que llega a España con un año de retraso, su estreno en Italia vino a conmemorar, además, el centenario de su nacimiento.

Italia contribuyó de forma decisiva a la Historia del cine con el nacimiento del neorrealismo, movimiento disperso en sus propósitos, pero concreto en su estilo. A él pertenecieron figuras como Roberto Rossellini, Luchino Visconti o inicialmente Pier Paolo Pasolini. Federico Fellini (Rímini, 1920 – Roma, 1993) también comenzó su carrera participando como guionista en películas como la fundacional Roma, ciudad abierta, 1945. Sin embargo, su obra pronto tomó un sendero distinto para encontrar un estilo propio. Tanto es así que, gracias a su particular estética y visión del mundo, el diccionario italiano ha recogido el término felliniano para describir todo lo relacionado con su legado. Su influencia atraviesa la cultura popular nacional e internacional con escenas que pertenecen, desde hace ya décadas, al imaginario colectivo.

Es bien sabido que las distintas facetas de la personalidad de un autor se pueden rastrear en los personajes de sus obras. Aprovechando la ocasión, hacemos un análisis detallado de la filmografía de Fellini tomando como referencia alguno de sus alter-egos más reconocibles. Un ejercicio de memoria para revisionar atentamente desde la distancia su obra, su vida y su “misterio”.

Zampanó, La strada. La vida es un circo

A pesar de tener una infancia feliz y acomodada en Gambettola, Rimini, Fellini se escapó de casa a los ocho años para unirse a un circo. Su aventura fue breve, pero le marcó para el resto de su vida. Cuando el guionista Tullio Pinelli le propuso hacer una historia sobre una pareja de mendigos que había visto en las montañas, Fellini recordó su niñez. En palabras del director, la película fue fruto de una “sincronía orgiástica”. Una mujer era vendida a un vagabundo y ambos se unían a un circo itinerante. Lo que comenzaba como una primitiva historia de poder, acababa siendo una afectuosa relación que destrozaría el corazón y la vida de ambos.

La pareja estaba compuesta por la actriz y esposa del director, Giulietta Masina, y el mejicano Anthony Quinn, en el papel de Zampanó, un marginado social bruto pero con buen corazón. Anclado en el costumbrismo más pobre, atrapado por su propia ignorancia e incapaz de ser correspondido en el amor, la realidad de Zampanó es una tragedia. Puede que este forzudo descerebrado hubiese encontrado su germen creativo en un conocido mujeriego castrador de cerdos que vivía en el pueblo de autor. A lo largo de su filmografía posterior, este arquetipo de hombre machista italiano resonará con fuerza. Un personaje que despierta repulsión y ternura equitativamente y al que Fellini siempre declaró sentirse muy cercano.

Moraldo, Los inútiles. Empezar de cero

El título lo dice todo, un grupo de cinco amigos viven en una pequeña ciudad costera más pendientes de las juergas y los juegos que del trabajo o los estudios. Esta cuadrilla de pequeños burgueses, y en especial Fausto, son unos canallas que no dudan en engañar, mentir y utilizar a las mujeres. Nadie parece señalar el adulterio hasta que Fausto deja embarazada a una de las chicas. Los días felices han llegado a su fin, se acabó la adolescencia y ahora hay que ganarse la vida honradamente. Cada uno lo intenta a su manera, pero todos fracasan. Ya sea por el vicio, la ingenuidad o la pereza ninguno consigue mantener un empleo y consideran indigno trabajar en el campo. Son unos pobres desgraciados con aspiraciones demasiado altas para su realidad. Son, en definitiva, unos inútiles.

Entre todos ellos se encuentra Moraldo, el más joven del grupo, el más callado, el más reflexivo y el más consciente de su entorno. Un personaje sin ilusiones que, tras varios desengaños, sabe que en el pueblo jamás podrá prosperar como desea. Por eso, al igual que un día lo hizo Fellini, abandona la desolación del mundo rural para triunfar en Roma. Consigue salir del agujero donde nació, pero eso sí, perdiendo a sus amigos y familia con el sentimiento de que su tren no volverá a cruzar la estación. Vemos aquí a Fellini mirando nostálgicamente por el retrovisor lo que pudo haber sido su destino, y compadeciéndose sin arrepentimiento de aquellos que dejó atrás.

Giulietta, Giulietta de los espíritus. Un susurro esotérico

Atrapada en un decorado de coloridos muebles de cartón piedra, Giulietta finge disfrutar de su acomodada vida marital. A pesar de que se niega a creer las infidelidades de su marido, las pruebas son cada vez más flagrantes. Entonces, comienza a tener visiones y sueños con personajes extravagantes que la atormentan. Los recuerdos traumáticos de su infancia se deforman hasta convertirse en pesadillas, signos de culpabilidad y contradicción entre la moral católica y los deseos sexuales. Una lucha en realidad, entre la tradición italiana y los nuevos aires de libertad de los años sesenta. Todo ellos aderezado con diálogos excéntricos, vestidos llamativos y decorados artificiales.

Después de todo, pese a ser una ama de casa alejada de la esfera artística, los puntos en común con director son muy fuertes. El propio Federico Fellini reconoció que acudía con regularidad a sesiones de espiritismo tal y como lo hace la protagonista. A su vez, pasaba las noches torturado por unos sueños que revolvían su memoria y le servían como inspiración para sus películas. Vivía, si se tiene en cuenta su filmografía, interpretando la gran farsa del artista, igual que Giulietta interpreta la farsa de la esposa perfecta. Un creador, en resumen, cuya genialidad nunca sabremos si era fruto de su imaginación o de los espíritus que le acompañaban.

Guido, 8½. Sinceramente, un creador

Sin duda, Marcello Mastroianni es el alter-ego más emblemático y reconocido de Fellini. Guido es también un director de cine incapaz de encontrar la inspiración para su nueva película. Rodeado de un falso glamour, los admiradores se regodean de su mito mientras él se ahoga entre pesadillas y presiones. Incansablemente busca respuestas para sus dilemas morales y religiosos, pero se desespera cuando lo único que encuentra es vanidad. Sin saber muy bien qué dirección tomar, construye un gran decorado para sustentar sus fantasías, un gran circo de personajes estrambóticos y pintorescos. Lo que en apariencia podría ser un gran creador, es en realidad un ser humano más.

Detrás de la carismática figura de Fellini se escondía un hombre muy reservado e introspectivo. Sus preocupaciones profundizaban en su memoria y sus fantasías, rascando los entresijos de la naturaleza humana. Una secuencia como la del protagonista sobrevolando una playa a modo de cometa, habla más del director que del personaje. Un director que flota entre las nubes sin voluntad mientras, con admiración, el resto de mortales observa desde el suelo. Por este y otros muchos ejemplos, es de justicia reconocer la valentía de no solo enseñar, sino de filmar para la eternidad, la verdad más sincera que un artista puede tener, su propia alma.

Solo revisitando su obra, comprendiendo su filmografía y conectando sus historias se puede llegar a tener una percepción cercana de Fellini. Una aproximación que se revela limitada por la subjetividad del espectador, pero que sirve para conocer, igual que si fuese en persona, al creador de los universos fellinianos. Porque como decía el propio director: “Un creador, un narrador no puede hablar sino de él mismo”.