Rosana G. Alonso
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Hay una sensualidad implícita en ‘Saint Maud’, primer largometraje de Rose Glass, que desborda el género de terror para alcanzar un pretendido éxtasis de redención

Saint Maud | StyleFeelFree
Imagen de la película Saint Maud | StyleFeelFree

El primer largometraje de Rose Glass, Saint Maud, viene precedido de una renovación reciente del género de terror que ha cosechado verdaderos fans. Tanto Ari Aster, como Robert Eggers o Jordan Peele han creado un lenguaje audaz que ha entusiasmado a una nueva generación de adeptos a un terror psicológico estilizado y atmosférico. En este club de caballeros ahora entra una mujer dispuesta a traspasar lo meramente estético, para enfrentarse a la idea de contemporáneo. ¿En qué sentido? La cinta no busca solo deleitarnos con espléndidos trucos visuales y una arrolladora estética. Detrás de todo esto, y según avanza la película, llegamos a encajar las piezas de un puzle de gran trasfondo social.

Saint Maud no pretende únicamente el fulgor del hechizo. También nos muestra la alienación del ser humano, perdido entre paradigmas opuestos y al borde de la locura. La joven realizadora inglesa parece empeñada en investigar el nuevo rol de la mujer, destinada a salvar al mundo de su degradación. Y aquí coloca a una enigmática y exótica protagonista, Morfydd Clark, una santa profana que encuentra en su debilidad la fuerza para servir de mártir al mundo. Extraordinario relato el que compone Glass para expresar la soledad social en la que estamos inmersos, mientras nos servimos, unos a otros, de objetos emocionales para enaltecer nuestros maltrechos egos.

Los referentes en Saint Maud son evidentes, y sin embargo, no le impiden satisfacer un formidable y personal ejercicio de estilo. Desde el cine de terror de los años sesenta encabezado por Roman Polanski, el suspense psicológico de Ingmar Bergman; o más recientemente la Suspiria de Luca Guadagnino. De hecho, el refulgente personaje, lleno de matices, que interpreta Jennifer Ehle nos recuerda a la Tilda Swinton no solo de Suspiria, sino de Tenemos que hablar de Kevin, extraordinaria película de Lynne Ramsay.

La sensualidad contenida a veces, y extasiada en otras, es otro aspecto que otorga a Saint Maud una bestial fisicidad que anhela desvanecerse en la revelación espiritual. No hay aquí efecto especial que no busque precisamente la liberación, la consagración a una idea de pureza, de éxtasis anímico que pueda redimir a una humanidad que juega una partida de ajedrez. Entre un bien y un mal tan ortodoxos, que no nos dejan escapatoria. Saint Maud combina todos estos elementos, retándonos a descifrar sus mensajes ocultos. ¿Seremos capaces de entender el sacrificio que hace, o tan solo nos dejaremos cegar por su luz? Maravilloso filme para rematar un año repleto de desafíos.
 

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