Rosana G. Alonso
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Hace tiempo que no veíamos a Anthony Hopkins en un papel tan estelar como el que interpreta en ‘El padre’, una película que nos reta a entrar en la mente de un octogenario en estado senil

El padre | StyleFeelFree
Imagen de la película El padre | StyleFeelFree

Anthony Hopkins a lo largo de su dilatada carrera como actor ha interpretado excelentes papeles, demostrando ser uno de los más camaleónicos intérpretes de la historia moderna del cine. El silencio de los corderos o Lo que queda del día son títulos remarcables, que difícilmente hubiesen sido lo que son sin su crucial aportación. Con El padre, primer largometraje de Florian Zeller, vuelve a tener un papel estelar que le permite brillar como hacía tiempo no le veíamos hacerlo. Aquí interpreta a un hombre, de su misma edad, que vive solo en su apartamento de Londres. Este se resiste a ver cómo su mente, que empieza a deteriorarse, está empezando a despojarle de la autonomía que hasta ahora tenía. Vemos entonces la lucha del hombre contra su propio ego, en una espectacular recreación de realidades que perturban también al espectador.

La obra, desde esta perspectiva, nos propone un reto, que nos incita a entrar en la mente de este octogenario, para tratar de ordenar el caos mental que le asola. Lo aceptamos. Puesto que así está construida esta experiencia cinematográfica que nos coloca en el centro de un laberinto, para someternos a las mismas trampas que atraviesa su protagonista. En la práctica, el desafío es intenso. Tenemos la sensación de estar en el mecanismo de una mente que empieza a experimentar cierta demencia senil. Difícilmente podemos quitarnos de encima cierta sensación angustiosa que nos alienta a mirarnos vulnerables, o mirar a nuestros mayores de este modo. Nos vemos ante el gran conflicto al que nos somete la vida. Ver nuestros cuerpos y nuestras mentes a merced del abismo; y a nosotros mismos, tratando de detener lo inevitable.

El padre, que antes de pasar por la gran pantalla se representó en un escenario, consigue adaptar lo escénico, sin que se resienta. Hopkins está pletórico. Junto a él, Olivia Colman vuelve a demostrar que es una actriz terrenal, emocional, cárnica. Juntos forman una pareja paterno-filial excepcional. Vemos a un padre convertirse en niño, y a una hija que siente que tiene que dejar de lado sus diferencias con él, porque ya no es un padre que la juzga, sino un crío que la necesita. La tragedia se respira. Pero no puede haber final feliz en una sociedad que encierra a sus mayores cuando dejan de ser productivos. Tampoco se percibe una pretensión moralizante, ni siquiera crítica. El padre indaga en la mente humana al borde de la demencia y nos hace partícipe de sus descubrimientos. Es un experimento que vemos avanzar para que extraigamos de él nuestras conclusiones.
 

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