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Con ‘Queridos camaradas’, el veterano Konchalovsky construye una historia en la que trama, actuación y tema justifican la existencia del buen cine
La historia de la protagonista se narra en 1962, durante la Unión Soviética. Lyudmila es una madre afiliada al partido comunista, que defiende los ideales del régimen por encima de cualquier causa. Vive con su padre y su hija. Ésta última además, se une a una huelga en la fábrica de motores donde trabaja. ‘¡Una huelga en una sociedad comunista!’ grita uno de los personajes. Ese es el argumento de Queridos camaradas. Una película en la que Andrei Konchalovsky consigue mostrar el arco de transformación de su personaje solo con imágenes, más centradas en las divisiones espaciales y los objetos, que en cualquier rostro. Porque los ideales primero unen al pueblo, pero después, el hambre y la mentira lo dividen.
Queridos camaradas puede recordar a la venerada Cold War de 2018. Tiene una estética pulida, limpia. Unos planos de rebote con espejos de una época fría y de penurias. Amor… No el amor romántico e ideal. Pero sí amor a un país y a una población. A la familia. Además, la necesidad de contar un cambio en el protagonista no es tan necesario en un primer plano de transformación. El personaje de Lyudmila ya sabe lo que ocurre en su país. Ella ya lo discute en una primera escena. El proceso de cambio de nuestra heroína es social, al igual que la película. Es algo que debe reconocerse de cara al público. Y que se refleja de manera muy sutil.
Da la casualidad de que Konchalovsky ejemplifica el problema de la heroína en el propio género de la película. Eso solo lo da el tiempo y la buena escritura. Si un personaje se planta con una idea a principio de escena, actuando de forma contraria después, ¿qué problema hay en el personaje? Esa es una pregunta que solo nos lo puede revelar su principal trauma, que lo tiene, como todo buen protagonista. Queridos camaradas es necesaria para los tiempos que corren. Tiempos de nacionalismos, extremismos, populismos e ideales líquidos que vuelan y fluyen con las modas. Tiene dos caras, como el ser humano, y demuestra que Aristóteles llevaba la razón en muchas cosas. Primero, que la virtud suele estar en el término medio. Segundo, que una historia solo estará bien narrada si se divide en tres pedazo de buenos actos.