Rosana G. Alonso
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A pesar de la brutalidad del relato, Emin Alper en ‘Un cuento de tres hermanas’ hace magia coloreando toda acción y paisaje, para introducir al espectador en un cuento que se devanea entre Edgar Allan Poe y los Hermanos Grimm

Un cuento de tres hermanas | StyleFeelFree

Imagen de Un cuento de tres hermanas de Emin Alper | StyleFeelFree

No parece muy probable que Emin Alper tomara la obra de teatro Las tres hermanas de Chéjov como una inspiración real. Salvo por el hecho de utilizar como base una coralidad femenina, que últimamente está germinando en portentosos relatos. Recientemente veíamos, en el Festival Cine por Mujeres, la espléndida Aga’s House, de Lendita Zeqiraj, que fue una de las joyas del festival, por su espléndida labor en la interacción de sus personajes. Ahora, a esta coralidad que parece dividir dos mundos —uno femenino y otro masculino— se le une el poder enérgico de la imagen en Un cuento de tres hermanas. Un relato sombrío, y maravillosamente cincelado, que hilvana toda la acción a través de un testimonio coral, que evidencia las brechas sociales.

Situándonos en la Anatolia central que tampoco es la misma que la que retrató Nuri Bilge Ceylan en Sueño de invierno, el turco pone de manifiesto los conflictos sociales que tensionan el argumento. El arco narrativo está enclavado en la figura de la besleme. Abarca una costumbre turca, que empieza a estar en desuso, pero que fue muy popular en Anatolia. Está enfocada, especialmente, en niñas de poca edad que son enviadas a familias acomodadas, porque sus padres reales se encuentran en situaciones muy precarias. En realidad, no se trata tampoco de una adopción. Su lugar está en un territorio intermedio entre la trabajadora doméstica y la hija. Son consideradas como parte de la familia, pero al mismo tiempo, tienen que encargarse de tareas del hogar que se les encomiendan.

Emin Alper no usa esta figura para trazar una historia que podría resultar en una narrativa clásica sin tangencialidades. A penas perfila a la figura de la besleme. No le interesa sino para dejar de manifiesto la vulnerabilidad de la pobreza, la desigualdad social y la ambivalencia de una posición difusa, que somete a las mujeres a una jerarquía masculina. Entre las hermanas, por esta razón, hay también disputas. Sus estados de ánimo se alteran con facilidad, al sentirse presas de un lugar del que quieren escapar a toda prisa. En un entorno hostil, no obstante, los hombres también son castigados, y quedan a merced de un destino caprichoso.

A pesar de la brutalidad del relato, el cineasta turco hace magia. Colorea toda acción y paisaje para introducir al espectador en un cuento que se devanea entre Edgar Allan Poe y los Hermanos Grimm. Autores que pasan por el filtro de la estética de los grandes maestros de la pintura holandesa. Muy especialmente, se observa el uso de los contrastes de color de Johannes Vermeer. Así, Un cuento de tres hermanas, mitiga la tragedia con el uso de la plástica en todo el encuadre, devolviéndonos un lienzo de realidad empañada por el encantamiento de un hechizo.
 

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