Rosana G. Alonso

Partiendo de una obra de teatro escrita por Éric Rohmer, ‘El trío en mi bemol’ reverencia el oficio del cine mostrando sus costuras y la magia que impregna su esencia

El trío en mi bemol | Película | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película El trío en mi bemol | StyleFeelFree. SFF magazine

El punto de partida de El trío en mi bemol es la obra de teatro homónima escrita por Rohmer en los años ochenta. A Rita Azevedo esto claramente parece interesarle por varias razones. Una de ellas podría ser porque a través de lo performático encuentra el lugar de las palabras en el espacio íntimo marcado por una casa que no enmascara el set de rodaje sino que lo privilegia. Y, por otra parte, a través de las palabras pone a prueba las relaciones afectivas que esquivan el contacto físico cuando la amistad es la tónica. Manifiesta, buscando contradecirlo, algo que Catherine Breillat remarcaba en Romance X. El amor entre un hombre y una mujer es un tortuoso conflicto. Probablemente Azevedo añadiría que es también dulce. Un dulce y tortuoso conflicto que le sirve en este filme para inmiscuir al espectador en un extraño juego del gato y el ratón.

Los detalles del rodaje los explicó la propia Rita Azevedo a Cahiers du cinema en la primavera del 2021. Quería hacer cine, tenía esa necesidad urgente y no quería esperar a que la vida recobrara la normalidad y los financiadores aceptaran su idea. Por ello, en plena pandemia, al igual que hicieron muchos otros cineastas por esa época, conformando un cine del confinamiento que ha agotado todos los discursos y posibilidades, se embarcó en esta producción casera. Doce personas. Conocidos de Azevedo, lógicamente, se embarcaron en este proyecto. Un grupo de amigos, en realidad. Entre todos acabaron por confeccionar esta película a la que, no podía ser de otra forma, se le ven las costuras. Todo el cine de ese período pretende que se vean. Y no pasa nada. Son ejercicios metafílmicos que investigan y reverencian el oficio del cine como lugar de improvisación, de búsqueda, de exploración constante.

Bajo esa perspectiva ensayística El trío en mi bemol es un filme de factura perfecta. Una reivindicación del arte como signo vital que enseña a vivir. Pero se evidencia otro factor que incide en cómo percibimos este cuento rohmeriano de las relaciones. El temperamento cinematográfico de Azevedo tiene una cadencia que va más allá del ritmo, una parsimonia que va más allá del tiempo que invierte, una repetición que se ralentiza en su afán por perpetuarse para dejar evidencia del signo que la sustenta. Por eso, es cuestión de temperamento que conectemos o no con esta pieza de cámara. Hay que tener cierto temperamento para salir de El trío en mi bemol danzando al compás de Rita Azevedo. Si la conjunción se manifiesta la película fluye como un río, pero si no, es posible que nos perdamos más de un compás. En realidad, es preferible asumirla como lo que es. Una obra que mira, que se mira también a sí misma buscando el sentido del cine, la magia del cine. Y las relaciones interpersonales moldeándose con los afectos.
 

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