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Entre planos táctiles, paisajes pictóricos y acciones cargadas de emoción, ‘Un amor en Escocia’ de Bouli Lanners traza un romance en forma de canto a la libertad y la vida
Un amor que florece a través de cristales, espejos y ventanas. Barreras transparentes separan a Millie y Phil en Un amor en Escocia de Bouli Lanners. Una historia sobre un amor frenado por el temor y que se desenvuelve entre silencios y miradas extraviadas. Un derrame cerebral hará que Phil pierda la memoria por completo, quedando al cuidado de Millie. Apodada en el pueblo por el nombre de la reina de hielo, Millie aprovechará la situación para confesar a Phil que antes de su derrame, eran amantes en secreto. En medio de callejones o lugares desérticos, la relación será la segunda oportunidad que necesitaban y el paisaje de Lewis será su único testigo.
Por playas y páramos; en el campo o la iglesia, el exterior pasa a formar parte de ese imaginario de la isla, otorgándole personalidad y protagonismo en la historia. El espacio se despliega como una obra pictórica en la que los personajes permanecen enterrados y congelados en un tiempo tan inexistente como delicado. Y es que, cada plano del filme está compuesto para cargar con la emotividad de sus personajes, enfatizando principalmente, en el punto de vista de Millie. La presbiteriana es retratada en fotogramas fragmentados: de perfil, su mirada, sus manos, de espalda. Siempre solitaria, siempre callada y acumulando calada tras calada. El miedo, el arrepentimiento y la vergüenza son los motores de sus acciones, colmando hasta el mayor estatismo de significado.
Reprimiéndose a la vez que intentan encajar en la austeridad de Lewis, la efímera relación será un soplo de aire fresco. Se trata de un canto a la libertad, a la felicidad y a la calma, generando una intimidad abrumadora en la que se consigue parar el mundo. Sus miradas se cruzan sin necesidad de añadir palabras, revirtiendo el mismo lenguaje fílmico que se utiliza en un inicio para describir el amor. Los planos y acciones se vuelven táctiles y sensoriales, cercanos al espectador hasta introducirlos en la calidez de la atmósfera que crea Lanners. Por esa razón, ni la memoria, ni la salud, ni la vergüenza o la austeridad de Lewis son capaces de poder frenar la relación que ambos vivirán. Conscientes de un contrarreloj asfixiante, lucharán contra todas las barreras para disfrutar de la segunda vida que les ha brindado la compañía mutua.