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‘Cantando en las azoteas’ se adentra en la vida de Gilda Love, una transformista de la década de los setenta que, hasta en los peores momentos, siempre regaló su corazón

Cantando en las azoteas | StyleFeelFree. SFF magazine
Imagen de la película Cantando en las azoteas | StyleFeelFree. SFF

El cielo se abre en una azotea perdida del barrio del Raval. En ella se divisa la silueta de una de las transformistas más famosas de Barcelona durante los años 1970 y 1980, Gilda Love. Con 95 años de historias inimaginables y un espíritu invencible, su historia se retrata en Cantando en las azoteas, el largometraje de Enric Ribes. Ahora, Gilda sobrevive con una mísera pensión que apenas le permite mantener su hogar. Ya con un estado de salud delicado, solo desea una última cosa: volver a los escenarios a actuar. Con todo en su contra, un día llega a su puerta la hija de un antiguo conocido, Chloe, una niña silenciosa y asustada de dos añitos.

Con un aura nostálgica y delicada, la cámara se adentra en las paredes de ese humilde piso que se encuentra en el Raval. Los detalles se vuelven táctiles y sensoriales, descubriendo el silencio presente en la casa de Gilda. En la ducha, haciendo cuentas, caminando hacia el comedor social o hablando con su vecina, ella sigue manteniendo su vitalidad intacta. Se trata de un relato inmortal, donde los fragmentos de su pasado lo completan. Así, entre el documental y la ficción, se muestran vídeos caseros de sus actuaciones y fotos de los cabarets. Todo ello, para recordar quién fue un día y sobre todo, para introducir lo que esconde realmente en su interior.

Como si fuera una extensión, en la soledad de su casa se albergan toda una serie de recuerdos, con decoración religiosa adornada de iconos femeninos, maquillaje y espejos. Elementos materiales, hasta que se descubre en un fotograma unas marcas de estatura de distintos niños. Gilda, hacía de su casa un hogar para aquellos niños que lo necesitaban. Y es que, como ella misma vivió en sus carnes, no siempre la familia va ligada a la sangre. Consecuentemente, cuando Chloe aparece en la puerta, Gilda acepta de manera desinteresada y preocupada por no poder darle lo que merece. Y aún con todo, aún con las manos vacías y dificultades, le regala a la niña todo lo que nunca imaginó. Como bien anunciaban ya esas paredes, la protagonista de este relato es todo corazón y cada anécdota, cada fragmento, cada recuerdo revela la pureza y bondad que le representan.

La relación entre ambas se desarrolla a medida que se van descubriendo más y más datos sobre la biografía de Gilda, todo desde la humildad. El dinero que tiene lo usa para comprarle un pequeño triciclo, juegan a maquillarse, le enseña las fotos de su pasado y actúa para ella. Durante un tiempo, ellas crean un hogar y el piso se llena de vida, recordando que lo más importante son las personas que lo forman. A pesar de estar solas y sentirse abandonadas han encontrado la mejor compañía en la otra. Y aún sabiendo que la despedida es inevitable, Gilda da todo por esa niña pequeña que acaba de llegar a su casa y necesita de su ayuda. Por ello, desde el cariño y la cotidianidad, el metraje de Enric Ribes consigue iluminar a esta figura. La película es una de esas película-joya que merecía que saliera a la luz.
 

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