Rosana G. Alonso
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Con una escritura soberbia que no juzga a su personaje principal ni subestima al espectador, Laurent Cantet, en ‘Arthur Rambo’, vuelve a trazar espirales sobre sus temas predilectos

Arthur Rambo en el SSIFF | StyleFeelFree
Imagen de la película Arthur Rambo en el SSIFF | StyleFeelFree

Con El taller de escritura y sus películas predecesoras Laurent Cantet ya dejó definidas sus líneas argumentales. El cineasta sigue explorando temas como la literatura o la educación en contextos que se enmarcan dentro de lo que se ha venido a definir como la cultura de la cancelación, derivada de la comunicación e incomunicación en redes. En Arthur Rambo, filme que se acaba de presentar en la sección oficial del SSIFF, todos estos tópicos eclosionan cuando la crisálida que recubre al individuo se rompe. Con un relato que a medida que se desarrolla adquiere consistencia, Arthur Rambo disecciona el éxito y la vulnerabilidad del sujeto bajo el escrutinio de las redes sociales. Pero al margen de todo esto, Cantet escarba en muchos asuntos de interés, sin juzgar a su personaje principal. Sin establecer juicios, solo visibiliza las conductas y resortes que usa la maquinaria social para seguir funcionando.

El largometraje del francés tiene una escritura soberbia. No subestima al espectador y traza líneas discontinuas entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto. Es el relato de un joven, Karim D, de origen árabe y procedente de las banlieus francesas que de pronto alcanza un éxito descomunal por su reciente novela. De un día para otro, todos lo adoran. Pero en cuestión de horas, toda esa gente que le aupaba, carga contra él. ¿El motivo? Se descubre que tras el seudónimo de Arthur Rambo, estaba escribiendo mensajes de odio en las redes. El mismo ángel, el mismo demonio. Ante esa tesitura, Cantet podría haber dibujado el retrato de un monstruo. Pero elige seguirle de cerca y observarle. En lugar de moverse entre el blanco y el negro, se decide por una paleta de grises en donde las masas también se retratan en sus ataques.

Las coyunturas en redes están empezando a servir de motivo sobre el que reflexionar acerca de cómo se conforma hoy la opinión pública, sujeta a un espectro dicotómico que todo lo devora. Lo veíamos en el cortometraje A la cara, de Javier Marco, que estos días está presentado su película Josefina que opta a llevarse premio en la sección de Nuevos Directores. Hay un momento en el que el personaje principal de Arthur Rambo, interpretado con un registro excepcional por Rabah Nait Oufella, explica que todo se trataba de un experimento. Se justifica entonces argumentando que su alterego era, por una parte, una especie de juego artístico protagonizado por un punk que quería poner a prueba el sistema. Y por otra, reconoce que estaba enganchado a la fama efímera de cada una de sus incendiarias opiniones.

Todos los puntos de vista que se plantean son válidos y tratan de exponer el por qué en las sociedades contemporáneas está creciendo el radicalismo, sustentado por la división. Pero lo realmente interesante, no es solo lo que se pone sobre la mesa, sino todo lo que se sugiere que podría estar. La duda que empaña todo el filme se infiltra en los personajes y en los públicos que tienen que pararse a pensar antes de juzgar. Esto es lo singular, cómo en lugar de hacerse eco de un mensaje, Cantet se hace eco de una atmósfera llena de sombras. La película no responde, y tampoco pregunta. Son los receptores los que tienen que hacerse las preguntas y tratar de responderlas. ¿Qué mundos virtuales habitamos y de qué forma colaboramos en la crispación social? El autor de Recursos humanos vuelve nuevamente a trazar espirales sobre temas de máxima relevancia.